Estrechando el cerco
Permitir que teóricos de la conspiración neonazi, o esoteristas antivacunas, o lo que sea, estén difundiendo teorías de conspiración “infundadas”, que amenazan la salud pública y causan angustia a sus vecinos y conciudadanos, como decir, por ejemplo, que Islandia, Suecia, Dinamarca y Finlandia han prohibido la vacuna Moderna a los menores de 30 años o que Japón abandona la campaña de vacunación; publicar hechos científicos en Internet probando que la gran mayoría de los infectados solo sufren síntomas de gripe leves a moderados o, más comúnmente, ningún síntoma en absoluto, y que más del 99,7% sobreviven; asistir a espectáculos multitudinarios sin mascarilla o caminar por la calle sin ella, lo que supone una burla de los esfuerzos del Gobierno y los medios de comunicación subvencionados para convencer al ciudadano de que está siendo atacado por una plaga apocalíptica...
Que estos antivacunas, desviados antisociales y degenerados, conocidos históricamente como “herejes”, “apóstatas” y “blasfemos”, corran por ahí desafiando el poder absoluto del Gobierno socialcomunista no es una opción.
Preguntarse por qué los protegidos (vacunados) necesitan estar protegidos de los desprotegidos (no vacunados) obligando a los desprotegidos a usar la protección (vacuna) que no protege a los protegidos en primer lugar no es una opción.
La única opción es que hordas de “predicadores” pertenecientes a todos los estamentos de la sociedad etiqueten como “negadores de covid”, “negadores de la ciencia”, “negadores de la realidad”, “individuos peligrosos”, “terroristas” o incluso “asesinos en serie”, a aquellos que, con causa o sin causa, se niegan a la vacuna.
Alternativas democráticas: o vacuna, o confinación, o destierro.
Concluir que el covid se ha manifestado como una enfermedad senil; uno, porque afecta muy mayoritariamente a las personas ancianas, y dos, porque los dictadores de normas anticovid demuestran estar seniles. Aquí incluyo a los intelectualmente puros, titulares del carné de ética, que proponen no tratar médicamente a los no vacunados, y que, en esa línea de pureza democrática, quizá sean los mismos “iluminados” que desean que los médicos no traten a los fumadores, a los obesos mórbidos, a los delincuentes, a los drogadictos, a los que padecen sida y enfermedades venéreas o a los que padecen enfermedades genéticas no es una opción.
Con este argumento se ha presentado el senil Noam Chomsky, famoso lingüista y politólogo de 92 años, referente mundial de la izquierda, que ha manifestado su deseo de que todas las personas no vacunadas, “sea cual sea su estado de inmunidad”, sean rechazadas en los hospitales, obligadas a aislarse incluso si se ponen en riesgo de caer en la indigencia.
Para Chomsky parece que la única base sobre la cual determinar quién es “seguro” para el resto de la sociedad es aquel que ha sido vacunado. Casualmente los mismos argumentos en los que insisten las grandes farmacéuticas, el Gobierno y los medios de comunicación multimillonarios, aunque estos, y así lo entendemos todos, tienen una excusa “evidente”.
“Nadie que se haya vacunado contra la polio, la triple vírica, la varicela, la gripe o la hepatitis B se preocupó nunca de que alguien ‘no vacunado’ le contagiara la enfermedad. Esa estupidez empezó en el año 2021”.
La eterna paradoja es que, cuando se elige entre seguridad o libertad, los que escogen seguridad pierden seguridad y libertad. Y los que escogen libertad, también.
Saludos cordiales.
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