Menos mal que Lepanto no condenó su diestra
En un lugar de esti pueblu, cuyu nombre recuerdo perfectamente y no tengo interés alguno en olvidar, a unos... 80 metros de donde ahora estoy sentáu, nació, dio un voltiu por el mundo y regresó el que suscribe.
Que ve, en un día lluvioso, ventoso... En pocas palabras, asqueroso, nada mejor que ponerse pretencioso.
O sea, escribir “pretendiendo” que algún lector animoso un tiempito le dedique.
Una imagen, con base, muy común de los viejos, curioso, no tanto de las viejas, y se da más entre los de infancia desarrollada en las clases más desfavorecidas, la de los tales, decía, contando sus batallitas, en las que, generalmente, ellos salvaron dificultades que, “para la juventud de ahora”, serían insalvables.
Algo inapelable, yo soy de esa generación y de esas clases. Será por eso o no, pero, aunque supongo, doy por hecho que los jóvenes y los no jóvenes, del tiempo que sea, no habiendo otra, tendrían que bailar con la que hay. Dicho lo cual, voy a dejarme llevar, para mi condición reafirmar.
Nacemos con una condición, no tengo duda, nuestras vivencias nos van moldeando y, en cada momento, somos lo que va resultando.
Algo impensable, en un país, digamos, medio “normal”, como pueda ser España, independientemente de su situación, un carajito de 14, 15 años, podrá, incluso antes, quizá, trabajar en algunas faenas domésticas, pero desde luego en nada que lo vincule con una relación obrero-patronal.
Yo comencé mi vida laboral a esa edad.
Por necesidad y, sobre todo, por mentalidad, nunca dejé de trabajar ¡en lo que fuera! No importaba. Impensable para mí vivir tumbado a la bartola o a expensas de otros.
Dejaba un trabajo, en este aspecto he sido muy saltimbanqui, hoy, y mañana ya estaba en otro. Un momento en que estuve, no recuerdo bien, dos o tres días, sin trabajar, me sentía realmente angustiado y, sin encontrar nada en mi desempeño, por aquel tiempo, habitual, y sin tener en cuenta los quebrantos que, desde siempre, me han causado las lumbares, me puse a cargar pieles vacunas en resbalosos fardos de 80 kilogramos (entre dos), fardos, además, de un hedor vomitivo, a tal punto que muchos de los trabajadores que iniciaban la labor tenían que renunciar a ella a causa de los vómitos que les ocasionaba.
Las condiciones de trabajo de entonces... Imposible cualquier similitud con las actuales. Entré a trabajar en astilleros, sin preámbulo, bueno, sí, me dieron casco y, no estoy seguro, creo que también guantes, me pusieron a “correr” remaches. Tres años después de esta labor, aún conservaba el agobiante pitido en los oídos.
Podría seguir y seguir y, con una mentalidad muy del momento, hacer gala de mayor “sufrimiento” por haber vivido la “dictadura” al completo. Mentira.
Podría dar las gracias a Dios por vivir ahora esta plena democracia. No quiero mentirle a Dios.
Podría congratularme de poder elegir a mis gobernantes. Falso. Decidir, como he dicho en mi anterior, algo que, al menos de momento, solo sé yo, entre zorros y raposos quién “cuidará” las gallinas, no me motiva en absoluto.
Y, sin embargo, a pesar de lo dicho y, sobre todo, por lo que no he dicho, para mí, tiempo pasado, lástima acabado.
Ojalá se hubiera echo eterna la forma de vida de los sesenta.
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