En busca del equilibrio perdido
El mundo, la singular realidad en la que vivimos, se enfrenta a grandes retos: cambio climático, pandemias, crisis económicas, desastres naturales, cambios sociales... Son retos conocidos, pero también está el otro: superar el egoísmo que impide aplicar soluciones a no ser que sean para enriquecimiento exclusivo de los nuestros. Falta empatía con los clientes ciudadanos: esos próximos a los que se utiliza. Aunque también existen quienes se ponen a liderar y se distancian para, superando su miedo al fracaso, hacer aquello que les gusta para el bien propio y el general: son la primera línea. La segunda línea los apoyará si, al identificar sus propuestas, valorarán su participación positivamente. La primera línea son los empresarios responsables, la segunda línea los trabajadores asociados: esos que no están obligados por la pura necesidad de vivir. Conformando la tercera línea estarían los demás: ciudadanos guiados por buenos o malos políticos. A veces, los políticos abortarían la iniciativa de los emprendedores cuando sí podrían triunfar si se les ayudase. Pero es que esa emprendedora primera línea también puede equivocarse. Por eso la línea crítica de la ciencia con sus investigadores debe acompañarles y estar muy próxima a ellos: fundidos con ellos. La sociedad democrática corre un gran peligro por sus equivocaciones, de ahí la necesidad de un equilibrio con una colaboración próxima y cercana entre todos. Primando argumentación, algoritmo y ciencia, que no la irrelevante emoción partidista o de nación separada.
Sobre la corteza terrestre hay, en su mayor parte, agua del espacio embalsada con sus corrientes. La energía y el agua dieron forma a la vida y la mantienen. Más arriba está la atmósfera con sus vientos y meteoros. El viento del sol con su energía de fusión sopla sobre la Tierra. Abajo, sobre el reactor de fisión que es el núcleo interno, el externo líquido de hierro y níquel gira creando el campo magnético que nos protege. Encima del núcleo está el manto con sus corrientes de convención que pueden formar un penacho ascendente. Las corrientes del manto arrastran las placas tectónicas que se tensan acumulando energía que se libera causando gran destrucción. Esas grandes extensiones de agua que son los mares se mantienen líquidas por la presión de la atmósfera y la temperatura del calor acumulado en el equilibrio térmico del día y la noche. El calor que sube desde la convección del manto ayuda también cuando el sol se oculta. En estas dinámicas, basta el aleteo de una mariposa en la atmósfera para originar un huracán donde no se le esperaba. Por eso deberíamos recuperar ese equilibrio perdido que en Glasgow buscan. Porque si los hielos del mundo se funden, su peso se repartiría, y ese beso de mariposa que recibiría la corteza terrestre, podría originar un inesperado penacho en el manto. Vamos que: desequilibrados, alimentados de poder y perdido el sentido de la realidad, aún nos creemos dioses.
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