El lobo en serio
El 24 de enero, LA NUEVA ESPAÑA publicó un artículo de opinión, escrito por un tal José de Arango, cuyo sarcástico título era "Los lobos van a misa". No he creído correcto que se hable de cosas serias en ese grotesco tono de burla, así que he estimado necesario realizar una réplica. Los problemas con los lobos, que usted ultrajantemente llama alimañas, no se están agudizando de forma alarmante como pretende hacernos creer, señor Arango. Lo que se agudiza de forma alarmante son los intereses de algunos sectores. Los ganaderos, efectivamente, han de obtener el respaldo de las administraciones cuando ello se requiera, pero también han de ser los primeros que velen por su ganado protegiéndolo de la misma forma en que se hace allí donde la población de lobos ha sido siempre densa y donde los ganaderos sí que saben proteger sus rebaños: con rediles, vigilancia y mastines (que, señor Arango, no necesitan ser adiestrados y tampoco se arrugan ante el lobo, ni se duermen en el momento crítico, como usted cree, si son buenos perros; infórmese mínimamente, por favor, antes de opinar en medios públicos); y no olvidando cómodamente el ganado en el monte, que es también el hogar de una biodiversidad que deseamos conservar los numerosos miembros de la familia (como a usted le gusta llamar) de conservacionistas, ecologistas, naturalistas, biólogos y un largo etcétera. Se puede proteger, por tanto, al ganado y, a su vez, a las especies que usted denomina alimañas.
En cuanto a los cazadores, como embajadores de la erradicación de fauna que son sólo por una caprichosa inclinación, no creo que estén en función de tomar parte ni en la toma de decisiones ni en la resolución de tan enrevesado y serio asunto como es el de la conservación de una especie de extraordinaria importancia para los ecosistemas como es el lobo. Los rebecos y venados, señor Arango, infórmese bien, no son víctimas de los cánidos sino, muy al contrario, beneficiarios, como especie, de un procedimiento de selección natural que, durante millones de años, ha servido para sanear sus poblaciones. Pero ya sabemos que a la mayoría de los cazadores esto les importa poco porque les gustaría ser los únicos que abaten ungulados en el monte, aunque tan sólo fuese por exhibir sus cabezas en la pared. Y, como tienen el gatillo fácil, también les gustaría poder ostentar con arrogancia la cabeza del soberbio animal que a usted le pone los pelos de punta seguro que mostrando con forzado gesto la dentadura. Señor Arango, recuerde que, afortunadamente, no vivimos solos y que los lobos han de alimentarse para sobrevivir. Esto no le importará a usted, pero nos importa a esta gran familia y a la biodiversidad por la que luchamos muchas organizaciones y que queremos preservar para las futuras generaciones.
He de advertirle que al lobo no se le están dando facilidades sino todo lo contrario, a pesar de esa ley absurda, incomprensible e injusta que los protege de las escopetas que usted menciona, y la persecución de la que es objeto es cada vez más alarmante. Claro que, mientras unos estamos preocupados, otros como el señor Arango, se lo toman a bufa. Parece que al señor Arango le gusta demasiado la escopeta.
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