¿Respetando, o destruyendo la vida?
Creo que si en algo estamos todos de acuerdo es en el maravilloso diseño de la vida. ¿Qué aprendemos de la belleza y el orden que observamos en la creación? Nos maravilla ver que todas las cosas que Dios ha hecho, incluso las más pequeñas, cumplen con una función: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1). ¿A quién no le impresiona la complejidad de la célula humana, la delicadeza de un bebé o el esplendor de un precioso atardecer?
Admiramos estas cosas porque fuimos hechos con la capacidad de apreciar la verdadera belleza. ¿Por qué está desarrollándose tanta fealdad en torno al ser humano? Claro, si es producto de una casualidad, no tiene por que avenirse a la belleza física moral o espiritual. La casualidad no tiene inteligencia. Precisamente cuando lo ya existente se manipula mal –generalmente por intereses espurios–, nos sobrevienen los problemas de vivencia, convivencia y supervivencia. Hace tan solo dos o tres años, se hablaba de lo avanzado de la ciencia y la tecnología que nos traería un futuro extraordinario. El futuro está ahora anunciando el fin del ser humano; el calentamiento global ha tomado un proceso irreversible.
Si fuéramos consecuentes con la creación, esta nos enseña que el Creador estableció límites. Por amor, dio leyes físicas y morales para garantizar que todo funcione en armonía. Todo en el universo tiene su lugar y su papel de acuerdo con el propósito de Dios; él es quien decide cómo debe funcionar lo que ha creado. Por ejemplo, la ley de la gravedad mantiene la atmósfera junto a la Tierra, regula las mareas y contribuye al equilibrio que es esencial para la vida. La creación entera, incluida la humanidad, se mueve y actúa dentro de estos límites.
El magnífico orden que observamos muestra que Dios tiene un propósito para la Tierra y los seres humanos, por tanto debe tener algún plan de rescate en este tiempo crítico. En su palabra está la respuesta: Apocalipsis 11:18. Salmos 37:9-11.
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