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Noticias falsas, la droga de los narcisistas

11 de Noviembre del 2021 - Lucía de la Torre del Pino (Quart de Poblet)

¿Tiene sentido que nos sintamos atraídos por las fake news? La confección de informaciones falsas y su intencionada propagación como instrumento de manipulación de masas no es nada novedoso en nuestros días. Esta práctica se remonta a la Antigüedad, causando en el siglo XX dos grandes fallas de la humanidad: el nazismo y el estalinismo. Sin embargo, el fenómeno no alcanza su apogeo hasta bien entrado el siglo XXI, al coincidir con la irrupción de una nueva era: la de la posverdad, conocida vulgarmente como “era Pinocho”. El origen de su extensión lo encontramos en el ámbito político, concretamente en la candidatura presidencial de Donald Trump, quien en los meses de campaña –entre agosto y noviembre de 2016– impulsó la difusión de fake news para extender su ideología a la vez que desacreditaba a la oposición. Ese mismo año, el Diccionario de Oxford terminó por entronizar el neologismo como palabra del año, cuyo significado se refiere a situaciones en las que los llamamientos a la emoción y las creencias personales tienen mayor influencia en la opinión pública que los propios hechos.

Este escenario desemboca en una banalización de la mentira y, en consecuencia, en la relativización de la verdad. La apariencia de los hechos cobra mayor relevancia que los hechos en sí, aunque estas creencias nos lleven a falsedades. Lo cierto es que el éxito de las noticias falsas reside en su apelación a las emociones, valores –marcos– y a la identidad. De alguna manera, al integrarse en la sociedad las personas adoptan los principios de un colectivo y eligen aquello que apoye su posición, despreciando todas las demás. Las noticias falsas encuentran su nicho precisamente en las creencias interiorizadas por las personas, porque logran encajar con estas exaltando emociones y pensamientos sin fundamento.

En 2016 la ciudadanía estadounidense dejó de lado los hechos y aceptó las fake news como verdades, sin importar la falsedad de su contenido. En la actualidad, existen múltiples ejemplos que ilustran cómo podemos ser manipulados a través de nuestros propios valores, pensamientos o creencias. Uno de ellos es el caso de Sommarøy, la isla que se hizo famosa debido a la noticia de que su pueblo de 300 habitantes quería abolir el tiempo. La idea de vivir sin horarios ni relojes sedujo al público hasta tal punto que más de 1.400 medios de alrededor del mundo publicaron la noticia, pero la información resultó ser un montaje publicitario de la agencia noruega “Innovasjon Norge”, creado con el objetivo de atraer turistas a la región. La cuestión es que la gente se lo creyó sin ni siquiera preguntarse si se trataba de una broma, porque representaba algo que deseaban con mucha fuerza que fuera cierto y porque desterrar el estrés confirmaba su idea de que no es bueno vivir con él. Podemos constatar así, que no se trata de conocer los hechos, sino de conocer la versión que más concuerde con nuestra propia ideología, algo que denota cierta tendencia al narcisismo en nuestra sociedad. La batalla actual, pues, se disputa entre el sujeto inmerso en una burbuja desacreditadora de toda posición contraria a la propia y los medios tradicionales, cuya misión se focaliza no tanto en contar como en verificar, apaciguar la visceralidad y, en definitiva, rescatar el relato veraz y devolverlo a la vida.

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