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La homilía de don Jesús el día de Covadonga

14 de Septiembre del 2010 - Inés Morán Álvarez (Oviedo)

No sé cómo puede ocurrírsele a alguien que don Jesús, arzobispo de Oviedo, pudiera decir en la homilía del día de Covadonga otras cosas distintas de las que dijo. Nada nuevo al fin y al cabo porque la importancia de la familia de todos es conocida, así como la importancia de la vida y la obligación que todo ser humano tiene de defenderla. Otra cosa es que por motivos personales haya quienes decidan caminar por derroteros no acordes con la moral. En su derecho están, aunque no para tratar de confundir y obcecar a los demás ensalzando y dando como válidas líneas de conducta erróneas.

Don Jesús dijo lo que tenía que decir, ni más ni menos. La familia cristiana ha sido, es y será siempre el mejor modo de nacer, crecer y desarrollarse íntegramente una persona. La vida humana es de tal importancia y trascendencia que nadie tiene derecho a utilizarla dándole fin. Esto es algo tan elemental que raya en la hipocresía el escandalizarse de ello.

Es de agradecer que alguien, y además con capacidad para ello, nos recuerde principios elementales esenciales que teníamos asumidos y que la propia experiencia de la vida nos hacía valorarlos como muy positivos, en momentos en que la confusión ondea a todo viento y haya tantos empeñados en justificar lo injustificable.

La muerte provocada en el adulto (eutanasia) o en el no nacido (aborto), así como el divorcio, las uniones carnales distintas del Matrimonio con mayúscula, etcétera, no son bienes para el hombre. No hay más que fijarse en sus consecuencias.

Así pues, don Jesús recordó, como es su obligación, lo que es beneficioso para el hombre. Es triste tener que recordar lo que no tendría ya que ser recordado.

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