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Uno no sabe cómo puede reaccionar

12 de Noviembre del 2021 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

El 29 de julio de 1967, a las 8.05 p.m., me encontraba yo en el quinto piso del Edificio Imperial, en la plaza Candelaria de Caracas, sentado frente al televisor contemplando el Mis Universo recientemente celebrado en el Miami Beach Auditorium de Florida, Estados Unidos, cuando de pronto un ruido, de acojono total, precedió, en menos de un segundo, a un tan acojonante o más movimiento vibratorio de todo cuanto había perceptible y ¡no lo creerán! (cuesta entender la rapidez cerebral de este superior animal), pero, aún menos de lo que tardó en llegar el ruido, llegó a mí la previsión de Marina Marotti: Una capital sudamericana que este año celebra grandes fiestas (cuatricentenario de Caracas) será destruida por un terremoto.

Con las primeras vibraciones ya estaba, con la mano de mi mujer en la mía, en las escaleras de un piso más abajo.

El centro donde trabajaba no llegó a derrumbarse, pero los suelos tomaron forma de ola cuarteada, y las paredes y techos, de no entres si quieres salir. Con motivo del traspiés, de la eterna primavera caraqueña, al confeso verano guayanés.

Un traslado que, a priori, no resultaba muy atractivo. A posteriori, para mí, una maravilla. Mas, en virtud de la primera idea, generalizada, uno que otro compañero trataba de animarme (no me sentía desanimado para nada) haciendo referencia a que al menos allí eran imposibles los terremotos, Guayana se encontraba asentada sobre una formación...

Además de no poder mensurar su propia velocidad, el cerebro ignora otras muchas cosas de sí mismo, o, por lo menos, el muy... se las guarda para sí, sin hacernos un puto comentario al respecto.

El caso es que, no sé, a los dos o tres meses, yo durmiendo en una primera planta de la Urbanización Mendoza de Puerto Ordaz, ¡no jose! Ahí se me pone con la misma vaina. Ni desperté ni tomé decisión alguna, me contó después mi mujer, mi cuerpo pegó un salto directo hasta la puerta del armario, por la que, afortunadamente, no pude salir, o entrar, según se mire, pues yo quería abrirla suponiéndola batiente, cuando en realidad era de corredera.

El cerebro se condiciona por lo que el muy cabrón no menciona.

He visto el mosqueo de los sindicatos policiales ante el pacto entre PSOE y Unidas Podemos, a partir de la propuesta del PNV, para reformar la "ley mordaza". Dicen ellos:

"No se puede restar autoridad a los policías y favorecer a los que delinquen". "Les preocupa permitir la difusión sin autorización previa de imágenes de policías en su trabajo, que supone un peligro evidente para la integridad física de los agentes y de sus familias". "Reduce el tiempo de detención sin justificación de seis a dos horas". "Que los agentes se conviertan en 'taxistas' con los detenidos, teniendo que devolverlos al lugar en el que fueron arrestados". "Rebajar la presunción de veracidad del agente. Facilitar la celebración de manifestaciones 'espontáneas', sin comunicarlas previamente ni advertir de sus recorridos, significa un riesgo porque atenta directamente contra las libertades del resto de ciudadanos y vuelve a poner en situación de peligro e indefensión a los policías que se vean obligados a intervenir".  "Los agentes quedan 'vendidos' ante una intervención problemática en la vía pública", etcétera.

Sabiendo como sé que, ante según qué, mi cerebro me puede ordenar salir por la puerta de un armario. Sabiendo que cuando leo, oigo, u lo que sea, mi cerebro registra y conserva, y ante lo que arriba escribí, y muchísimo más que con anterioridad, o a un tiempo, leí, he comenzado a pensar si no sería conveniente enrejar mis ventanas, pues con toda esta vaina, y, si un día coincide que despierto de noche, voy a dar la luz y me encuentro, sin previo aviso, con el "gran apagón", ¡coño", lo mismo me tiro por el balcón.

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