Idiotas sin fronteras
Digamos como introducción que, durante la época romana, la esperanza de vida era solo de 25 años, y en la Inglaterra de la Edad Media (entre los siglos V y XV), era de apenas 31 años.
En 1841, la enfermedad acortó la esperanza de vida media a los 41 años, aunque la razón principal de tan corto promedio fue la aterradora alta tasa de mortalidad infantil.
La Guerra de Secesión americana (1861-1865) es conocida por los innumerables caídos en los combates, pero solo el 19 por ciento de los soldados de la Unión murieron en el campo de batalla. De ellos, el 63 por ciento murió a causa de una enfermedad, en su mayoría tifoidea. El Sur tenía estadísticas similares.
Solo en el año 1900, las tres principales causas de muerte fueron neumonía, gripe y enteritis. Los niños menores de 5 años representaron el 40 por ciento de estas muertes y morían de tuberculosis, diarrea de la infancia, disentería bacilar, fiebre tifoidea y las enfermedades altamente contagiosas de la infancia, especialmente la escarlatina, la difteria y la neumonía lobular.
Hoy, un siglo más tarde, gracias a las vacunas y a muchos otros factores como higiene, acceso a una buena nutrición y agua limpia básicamente, hemos conseguido esperanzas de vida próximas a los 85 años.
En nuestro país, el calendario de vacunación pediátrica está en no menos de 13 vacunas que van a salvar muchas vidas en el futuro, y de eso estamos convencidos la gran mayoría (también los señalados peyorativamente como negacionistas).
Las vacunas salvan vidas y, si no las tuviéramos, el mundo sería una catástrofe. Más claro, agua. Pero no debemos desviar el tiro. El problema es, por múltiples razones, ESTA (con mayúsculas) vacuna experimental.
Me pregunto cómo personas inteligentes pueden caer en esa especie de pozo del seguidismo sectario, culpando siempre a los que no se vacunan, y cómo otros (¿o son los mismos?) se las arreglan para ser tan ignorantes, cuando hoy, noviembre de 2021, aparentan no haber leído u oído hablar, fuera de los medios oficiales, de los riesgos excepcionales de estas vacunas experimentales.
Máxima preocupación en psiquiatría con la fijación enfermiza de algunas personas con los no vacunados. ¿Cómo se explica si no que justo cuando se anuncia que la quinta ola en Bélgica “es una ola de pacientes vacunados”, al mitómano y reiterativo presidente de Cantabria se le ocurre decir: “Hay mucha gente que rechaza la vacuna y eso no lo podemos tolerar, porque si no, no acabamos con la pandemia. Hay que vacunarlos por las buenas o por las malas”?
En la misma línea, aunque mucho menos totalitario, se manifiesta el visionario ministro de Sanidad francés, Olivier Véran, afirmando: “¡Si todo el mundo estuviera vacunado, no habría más virus!”.
El caso de Gibraltar es, entre otros, un tapabocas inmisericorde: máxima eficacia en la vacunación contra el covid-19, y a pesar de que más del 100 por cien de las personas están vacunadas (todos sus ciudadanos, más los trabajadores fronterizos), el Gobierno acaba de anunciar el 12 de noviembre que cancelará todas las festividades navideñas, y pide a la población que haga lo mismo, ante un resurgimiento de la epidemia con cifras récord, nunca vistas... ¡cuando no estaban vacunados!
Lo más obvio, y ya oficial: Ni el pinchazo inicial ni los “refuerzos” detienen la transmisión ¿Cuál es entonces el verdadero propósito de la vacuna, y más ahora que Pfizer, al rebufo de Merck (50 por ciento de efectividad), acaba de anunciar que su pastilla contra el covid reduce un 89 por ciento el riesgo de muerte y hospitalización?
Volvemos a la casilla de salida.
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