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¡A ver si prende!

18 de Noviembre del 2021 - Gabino Busto Hevia

Pienso a menudo en la sabia y peculiar relación que sostenía mi madre, Lola Hevia, con sus plantas domésticas. Prestaba atención a esos seres autótrofos, cultivados en sencillas macetas, no exactamente como una decoración, ni tampoco, desde luego, como un experimento botánico, sino como una suerte de conmovedor diálogo con el mundo natural.

Para empezar, mi madre no compraba nunca plantas en floristerías o mercados, como suele hacerse ahora, especialmente en las ciudades, sino que las obtenía de semillas que ella misma recogía o le llegaban en forma de afectuosos intercambios de familiares, amigas o vecinas.

En casa, mi madre trataba a esos seres con mucho respeto, incluso con ternura, celebrando con júbilo su desarrollo y lozanía. En ocasiones, me llamaba, hechizada, y me decía: “¡Gabi, mira qué guapa está!” o “¡Mira, Gabi, cómo está creciendo!”. De igual manera, podía llegar a sentir desconsuelo por el ejemplar que no prosperaba.

SUMARIO: Lola Hevia y las plantas domésticas

Destacado: Es bien llamativo que en las generaciones pretéritas, incluida la de mi madre, el cuidado de las plantas caseras haya sido una tarea exclusivamente femenina

En este sentido, es bien llamativo que en las generaciones pretéritas, incluida la de mi madre, el cuidado de las plantas caseras haya sido una tarea exclusivamente femenina. La relación de los paisanos con los vegetales, en general, ha tenido un carácter marcadamente práctico y productivo, que en el caso de algunas clases urbanas populares encontró su materialización más común en el cultivo de un pequeño huerto, práctica que aún persiste en varios sitios. Muchas mujeres, en cambio, cuando cuidaban sus plantas no perseguían fines lucrativos, sino más bien aspiraciones esteticistas, espirituales e incluso cosmogónicas, fascinante asunto del que nadie habla, ni siquiera las feministas más exaltadas. Es así que las modestas operaciones de jardinería hogareña que emprendió mi madre a lo largo de su vida forman parte de esa tradición femínea en la que se encuentra, por ejemplo, el bello y curioso libro “Mis flores”, de la escritora inglesa Vita Sackville-West.

Lola Hevia prestaba a su pequeño mundo vegetal unos cuidados muy básicos, procurando no interferir, ni alterar su intrínseco orden natural.

De aquella flora doméstica, que iba cambiando con el paso de los años, recuerdo sobre todo los geranios y las cintas. Me parece que había también begonias, clavelinas y otras especies que he olvidado, todas muy comunes. También hubo un aguacate, cuyo espectacular desarrollo, al que asistimos desde el prodigioso brote germinal de la semilla, obligó a cedérselo a unos parientes para que lo trasplantaran a una huerta.

Mi madre contemplaba sus humildes plantas, las trataba con delicadeza, las regaba con mimo, celebraba su belleza y compartía con su familia las emociones que le suscitaban.

Hasta aquí, nada que no hayan vivido otras sensibles amantes del reino vegetal, pero Lola, como era habitual en ella, llevó su devoción más allá, pues resulta que, a diferencia de la mayoría de las cofrades de lo verde, le encantaba dibujar plantas. Los entrañables bosquejos que conseguía en un par de minutos constituían una visión sentimental, sencilla, a menudo imaginativa, de los referidos temas, al margen de cualquier regla académica. Eran expresiones gráficas que mi madre hacía sin pretensiones, simplemente por el placer de crearlas. Tanto era así que, si no estaba yo cerca para recogerlas, podían acabar fácilmente en la papelera. Miro ahora los apuntes que han sobrevivido al paso del tiempo y pienso que podrían formar parte de cualquier catálogo de arte ingenuista, tal es su inmediatez, franqueza y candidez. Dado el gusto que desplegó mi madre por estas representaciones, optamos por grabar la silueta de uno de esos motivos en el sitio donde reposan sus restos mortales. Los días en que voy allí a dejarle un ramillete de laurel, olivo y lavanda escucho de nuevo, emocionado, su voz inocente e ilusionada al enterrar un bulbo, raíz o esqueje: “¡A ver si prende!”.

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