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El silencio, un lujo necesario en los tiempos que corren

23 de Diciembre del 2021 - Carmen González Casal

Hace unos días mantuve un cara a cara con el silencio. Sucedió en un entorno privilegiado, el de Covadonga, donde la naturaleza otoñal propició esa sugerente conversación, porque, aunque parezca un contrasentido, el silencio nos habla. Y lo hace habitualmente, en cualquier situación. Lo que sucede es que no le damos espacio y son muchos los ruidos que ensordecen y acallan su voz, en un ir y venir intenso, ajetreado, hacia afuera, donde la concha del pabellón auditivo suele estar ocupada por los cascos con su correspondiente melodía, y la cabeza agitada por la multitarea que supone, simultáneamente, contestar a un wasap, leer un correo electrónico, responder a una pregunta que nos hacen, mientras seguimos una serie —conectándonos desde el móvil— porque nos tiene totalmente enganchada. ¿Exagero? Puede que sí, pero puede que no… Que cada quien saque sus conclusiones.

Sumario: La necesidad de reencontrarse con uno mismo y cultivar el territorio interior

Destacado: A lo que animo es a vivir con intensidad el presente, a poner la cabeza y el corazón en el momento, dando prioridad a las personas

Tal bombardeo de actividad exterior, que despersonaliza en la mayoría de los casos las relaciones humanas, está gritando la necesidad de parar, de tropezar con un momento de soledad y silencio para reencontrarse con uno mismo y cultivar el territorio interior, muchas veces yermo de vida, agostada por tan ingente proyección exterior. Y, claro, entramos sin querer en un círculo vicioso donde el vacío interior me produce tal aburrimiento o insatisfacción —de todo hay— que huyo del silencio como del covid, retroalimentando la actividad o el afán de tener cosas, para llenar, como sea, la vida.

No apelo con esto a la vida anacoreta, ¡válgame el cielo! Quien me conozca sabe bien que me gusta disfrutar de la vida y de sus pequeños placeres en compañía. A lo que animo —y me animo— es a vivir con intensidad el presente, a poner la cabeza y el corazón en el momento, primero en una cosa y luego en otra, dando prioridad a las personas —sus caras, sus gestos, sus necesidades— sobre los smartphones, por ejemplo. Buscar la felicidad en las cosas es errar el camino. Es verdad que nos acompañan y en cierto sentido las necesitamos, pero siempre resultan insuficientes, y apoyarse solo en ellas produce, a la larga, descontento.

Otra tarea fructífera es la de cultivar el espacio interior, hasta conseguir que el centro de cada persona esté dentro de sí y no en el exterior, regalando unos momentos al día a la reflexión, como dedicamos tiempo a la comida o al deporte porque son necesarios para vivir y mantenernos en forma. “Cuanto más se medita”, dice Pablo d’Ors en su magnífica “Biografía del silencio”, “mayor es la capacidad de percepción y más fina la sensibilidad… Se deja de vivir embotado… La mirada se limpia y se comienza a ver el verdadero color de las cosas… Todo, hasta lo más prosaico, parece más brillante y sencillo”. Y esta tarea se puede realizar paseando, contemplando la belleza de nuestra naturaleza asturiana (vivimos en un enclave privilegiado), mediante una buena lectura o música que nutra y enriquezca nuestro espacio interior. Según las creencias de cada cual, para unos puede ser la oración en una iglesia la que propicie esos momentos de reencuentro, de repensar la vida o el día a día; para otros quizás el mindfulness o la meditación trascendental alimente su mundo interior. En cualquier caso, el silencio es un auténtico lujo en estos tiempos. Un lujo necesario, que no se compra con dinero.

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