Era sólo una joven madre
Era sólo una joven madre cuando por primera vez entré en un hospital y me enfrenté a la grave enfermedad que tenía uno de mis hijos, y cuando, por primera vez, recorrí los pasillos y las salas repletas de niños desconcertados y de padres con la mirada perdida en un soplo de esperanza por la vida de los suyos.
Era sólo una joven madre cuando por primera vez salí del hospital sin mi hijo, con la misma mirada perdida, el corazón arrugado, y el dolor de unos brazos extendidos y un llanto incontrolado. Y la terrible duda: ¿volveré a abrazarlo? Al cruzar los jardines donde jugaban y correteaban otros niños, sentí, por primera vez, la importancia y la intensidad de la vida, y lo exultante que resultaban sus juegos y sus risas. Y comprendí, por primera vez, que la muerte no era la muerte de los otros, sino que también podía ser la mía en la vida de mi hijo, en la vida de cada uno de los hijos que hice míos aquél día y para el resto de mis días.
Era sólo una joven madre cuando por primera vez salí del hospital con mi hijo, con la mirada alegre y el corazón expandido, respirando profundo el aire frío y tonificante de un soleado día de diciembre, y agradeciendo hasta lo más profundo de mí ser la vida regalada que en mis manos había puesto un gran equipo de profesionales de la medicina. Y, como no, a Dios.
"Ya cuando nos casamos, los ancianos estaban en los cincuenta,
un lago era un océano, la muerte era la muerte de los otros".
De un poema de Benedetti
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