Telas de araña (Va por ti, mamá)
Mi nombre es Yolanda Fernández Rodríguez, tengo 26 años, vivo en Oviedo y desde que iba
al colegio acostumbro a escribir, para que alguien más pueda leerlo y saber que no está solo. A lo
largo de estos años, de estos 14 o 15 años, ha estado siempre mi madre leyendo lo que salía por mi
pluma, mi bolígrafo o lo que creaba en pantalla, e insistía en que alguien más debería leerlo.
Ha llegado el momento de que alguien más lea.
De todos los ensayos, relatos cortos o comentarios y reflexiones, he elegido la más reciente para
enviarla a esta sección, con el ánimo de que al menos otra persona más lo lea. No sé si tiene cabida,
mas lo envío porque ante todo creo firmemente que podría dar lugar a debate y reflexión personal
en cada uno y tal vez dar pie al diálogo, que tanto se necesita en estos tiempos de ajetreo y
confusión.
Tomarse la molestia de leer estas líneas es más de lo que podría pedir. Sinceramente, gracias.
Va por ti, mamá.
La verdad es que no sé cómo empezar a cubrir este espacio en blanco. Solo es que hace mucho
tiempo que no escribo una carta.
Desde el lugar que ocupo hoy mismo, en este edificio oficial, otrora majestuoso, la vida me parece
una tela de araña gigantesca urdida en parte por cada uno de nosotros, y yo estoy buscando mi hilo
directo, directo a mí, a ser yo. Se te pegan en la cara los hilos de los demás, sobre todo por las
mañanas después del rocío del alba, confundiéndose con tus legañas, y las apartas con un gesto de
la mano. Y al hacerlo, al apartarlas de ti, te desentiendes de ellos y haces oídos sordos y ojos ciegos
y cometes el error de creerte superior a las arañas que lo han urdido. ¡Cuán tontería eludir la
realidad! Apartarás la misma telilla, los mismos hilos cada día, jornada tras jornada retornarán como
el sol y la luna, y al final te cansarás de apartar esos hilillos, te hartarás de ellos y los quemarás a
lanzallamas, o pasarán tan inadvertidos que hasta te parecerán caricias suaves en tu mejilla. ¡Qué
dolor y qué pena tan dulce! ¡¡Qué pena!! Poco a poco las telas de araña te irán envolviendo
suavemente, con ternura, alrededor de tu cuerpo, tejiendo una coraza de indiferencia, que es dura y
resistente, pero que aprieta por dentro, que te va justa, que no te deja respirar, que te ahoga, que te
sumerge en el fondo del océano: tu armadura inoxidable, perfecta; sin aliento.
¿Dónde buscarlo? ¿Dónde está el aliento de vida que te robaron día a día? Atrapado en la urdimbre
de la tela de araña tendida por los que te aman, los que te sanan, los que se preocupan de ti, ¿o de
ellos?
Dar consejos es tan inútil en ocasiones como recibirlos, si no los necesitas, pero si aún
sientes esas telas finas de mañana que te dan en la cara y se te pegan, antes de apartarlas de un
plumazo con tus manos, tómate un tiempo, mientras tus legañas desaparecen, detente y observa esos
hilos. No verás solo uno, verás tantos que te parecerán el aire que respiras, y si los examinas
detenidamente quizás, sólo quizás (si sabes mirar y no sólo ver), encontrarás su magia, su esencia y
luego podrás conjurar con ella tu futuro.
Y es que despreciar lo que nos viene, que nos llega a la cara como la brisa fresca de
primavera, sin más, es como darle una patada a un diamante en bruto sin tan siquiera intentar
tallarlo.
Además, pudiera ser que solo te pase una vez en la vida.
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