El lobo ni vota ni hace declaraciones a la prensa
Hace más de 50 años que transito asiduamente por las montañas asturianas. En este tiempo he disfrutado de la compañía de los pastores, de su conversación e indicaciones, de sus cabañas, del paisaje que cotidianamente embellecen con su cuidado y de los caminos que mantienen abiertos. Son una figura inseparable de nuestras montañas con quienes quisiera seguir compartiendo.
También he disfrutado de haber visto al lobo en alguna ocasión y disfruto de saber que está ahí las veces que no lo veo, que son la gran mayoría. Disfruto de su existencia porque entiendo que es signo de que las cosas están bien, de que no hemos cometido el desatino de haber exterminado otra especie más, de que nuestras montañas y el tan maltratado medio ambiente gozan de una razonable salud de la que deberíamos sentirnos orgullosos y a la que el lobo contribuye. Ayuda, por ejemplo, a controlar las poblaciones de jabalíes y otros grandes herbívoros, especialmente los ejemplares tullidos y enfermos que pueden contagiar al ganado, también controla a los perros asilvestrados, ayuda a eliminar las carroñas del campo...
Asimismo, y aunque considero que el valor intrínseco de su mera presencia en nuestros montes es éticamente más importante que cualquier aporte económico, el lobo puede suponer un recurso para los territorios si se sabe sacarle provecho. Basta ver lo ocurrido en zonas oseras, en otras zonas loberas o la cantidad de visitantes que mueven otras especies como el lince o incluso un único ejemplar de una especie rara de búho que ha llegado recientemente a nuestras costas. El ecoturismo, el turismo verde, el turismo naturalista y todo lo que conlleva puede ser fuente sostenible de riqueza, está en auge y, con buena práctica, puede ser aprovechada.
El problema surge cuando pastores y ganaderos –que no son lo mismo y algunas veces son bien diferentes– conviven con el lobo en el mismo entorno, todos por derecho propio. Esto genera un conflicto, perjuicios ciertos para los primeros y en muchas ocasiones también para el lobo.
Si nuestra sociedad es sensible, desea seguir sintiéndose orgullosa de nuestros montes y desea dejar en herencia un valor como el que supone el lobo, debería contribuir a paliar este riesgo que hay que admitir que es inherente al trabajo de pastoreo desde el principio de los tiempos. Esa solidaridad debe hacerse a través de quien administra los recursos públicos. Por lo que parece, hasta ahora no se ha hecho con la eficiencia y diligencia necesaria para resarcir el daño, apoyar a los pastores y evitar el consiguiente conflicto. También deberían potenciarse las medidas preventivas que los expertos recomiendan por ser eficaces (mastines, cercados y otras que ofrecen las nuevas tecnologías...). Recomendaría en este sentido visualizar documentales como el titulado “Barbacana, la huella del lobo”, dirigido por Arturo Menor.
Ocurrencias como la de abatir ejemplares como actividad cinegética está ampliamente demostrado que empeoran el problema al mermar la capacidad funcional que tienen las manadas de cazar animales salvajes y que por tanto pasan a dedicarse con más intensidad al ganado. Pretensiones como la exterminación del lobo ni es ética ni es positiva y quizás tampoco sea realista, y posicionamientos políticos enardecidos en contra del elemento que no puede ni votar ni hacer declaraciones a la prensa, el lobo, tampoco parece que contribuyan a encontrar soluciones inteligentes.
Ya es hora de acabar con prejuicios y estigmas infantiles propios de Disney, el lobo no es más que un animal con una cierta inteligencia que se alimenta de carne, al igual que otras muchas especies ¡nada más y nada menos! En ningún caso merece que se le atribuyan términos propios y exclusivos de los humanos como la maldad o que se utilicen argumentos sensacionalistas como que supone un riesgo serio para nuestra propia seguridad.
Y no me resisto a finalizar sin reflexionar que la ganadería asturiana sufre otras amenazas sin duda más perjudiciales que el peludo de cuatro patas, aunque con mucho menos eco mediático: políticas erráticas, administraciones inoperantes, intermediarios, precios desmesurados de las materias primas, pagos por debajo de costes, oligopolios en la industria de transformación... no nos engañemos ni utilicemos como “cabeza de turco” a quien no se puede defender y no tiene culpa de existir.
El problema que genera la convivencia entre el lobo y el ser humano en nuestro entorno no es sencillo, pero existen soluciones y, aunque sean más complejas, no nos conformemos con las que se plantean de forma airada, simplista y populista. Esas no son soluciones.
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