Tanta velocidad...
La naturaleza suele resolver la vida con una regla de tres inversa. A mayor velocidad, menor durabilidad. El corazón del hámster late 450 veces por minuto y vive tres años. El de la ballena de Groenlandia 4 pulsaciones por minuto durante 200 años.
No es raro conseguir, en Oriente, convencidos, de que, cada uno, tiene un número de latidos asignado para su vida y, por tanto, la duración de esta dependerá de la velocidad de sus pulsaciones.
La antinatural evolución del hombre puede dar lugar a fáciles equívocos. Una simple mirada a la forma de vida USA, algo constante, por sus pelis sobre todo, en nuestra tele. El personal, casi recién acostado, despierta por el despertador sobresaltado. Sale corriendo del baño, buscando el maletín, camino del desayuno. Sujeta entre los dientes el medio vaso de plástico con café, poniéndose la chaqueta lanzado a buscar el coche. Un desbloqueo de la dentadura para un “te quiero, mami”, “portaros bien en el cole, niños”, ya en la lejanía, con el corazón desbocado, digo yo.
En buena lógica, un carajo así... Con ese consumo de pulsaciones por minuto... Pero, claro, siendo esta una lógica buena, evidentemente, es una lógica muy raquítica, porque el hombre se ha liberado, en gran medida (del todo nunca lo logrará), del mandato de la naturaleza, ¡es él! el que ahora impone sus condiciones de vida, de la suya ¡y de la propia naturaleza! La ha lanzado, la tiene produciendo a toda pastilla. Le ha metido mano por todos lados.
De pequeñu, dejaba la vestimenta enrollada, abrazada y bien apretada con el cinturón, al paisano del guardarropa y, enlazando la ficha de latón al bañador, cruzaba la carretera y, por la misma escalera de siempre, a la playa.
Ahora no sé por cuál voy bajar. Lo mismo voy hacelo por la de siempre y resulta que fálten-y media docena de escalones pa llegar a la arena y, la verdá, saltos a la mi edá...
Llegaba al Piles y siempre igual, mirándome, como yo a él, con los dos ojos. Ahora, en esto de la mirada, mantenemos una cierta similitud entre ambos, pero lo que ye él, un día encuéntrolu con los dos abiertos, al siguiente sólo con uno y, al siguiente puede que también, pero tuertu del otru, y sin saber pa dónde echar, pa uno, pa otru llau, o tou desparramáu.
El Tostaderu un día ye playa y al otru pedreru.
Cuando les marees, iba donde El Jaboneru, no a encargar ninguna caña de bambú, no me daba pa tanto, enfrente, a coger oricios, y, en media hora, una hora, lo dejaba porque ya no quería más. Vete ahora.
Mira que es agobiante, a mi edad, la velocidad de los años, pero, para mí, y supongo que para la mayoría de mi quinta, casi lo es tanto la de los tiempos.
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