La Constitución une
Las constituciones son resultado de la evolución de sociedades justas y pacíficas. La prueba más fehaciente de la soberanía nacional, popular o democrática. Democracia no es el desgobierno de unas oclocracias enardecidas y ciegas, portadoras de pasiones intolerantes y extremistas. Democracia es el gobierno del pueblo, entendido como el conjunto de todos los ciudadanos y miembros del cuerpo electoral, bajo los principios de libertad, igualdad, justicia y pluralismo político. El primer contacto infantil que tuve con la Constitución española del 78 fue a través de aquellos ejemplares grapados que se repartieron por millones en todo nuestro país. Y también los dibujos a modo de cómic de los artículos constitucionales más relevantes, que elaboraran Forges y el gran dibujante José Ramón Sánchez, el dibujante de los niños españoles de los ochenta.
La Transición no supuso una época completa de vino y rosas: el terrorismo de ETA golpeaba cruel, siendo horrible e inmisericorde, basado en una falsa retórica de extrema izquierda nacionalista separatista. También existían los GRAPO y grupos armados violentos de extrema derecha, contrarios de manera frontal a todo avance democrático de progreso. Recuerdo a Pasionaria y a Hernández Gil presidiendo las Cortes, así como a Carrillo y Fraga compartiendo cafés y cigarrillos. Hubo gestos mediáticos ejemplares que fueron sellando una genuina concordia y una completa reconciliación entre moderados y posibilistas, de todos los signos políticos. Con sus luces y sombras, fue una época vertiginosa de “topos” saliendo de su escondite, destape, heroína, “movida”, reconversión. Vida a través de parroquias, asociaciones vecinales y de barrio. Hubo una eclosión llamativa de casi centenares de siglas políticas, con sus pegatinas y seguidores algo friquis. Aprobada la consensuada Constitución, la andadura democrática realmente daba inicio, con unas amplísimas opciones ideológicas, tuteladas por el marco jurídico-político. Es nuestra Constitución del tipo rígido reforzado, en cuanto a su posibilidad de reforma. De tipo democrático-liberal, con una vinculante impronta social, casi intervencionista. Con la garantía plena de todas las libertades individuales y derechos fundamentales de nuestro entorno, libertad de mercado, reconocimiento de la propiedad privada, la herencia, la seguridad y protección sociales. Actualmente, desarmónicas polarizaciones aparte, hay demandas a favor de la constitucionalización de las pensiones y derechos sociales como derechos fundamentales, la conversión del Senado en una auténtica cámara de representación territorial, la federalización del Estado español y la necesidad de alusión a la Unión Europea. Es reseñable el papel también crucial de la Corona, que debería modificar tal vez su polémica aura de total inviolabilidad. Con sus errores y asuntos no demasiados claros, recordemos que el Rey es, en nuestro ordenamiento, “símbolo de la unidad y permanencia del Estado”, con claras funciones moderadoras y de arbitraje. Para algunos, un vestigio tradicionalista del pasado. Para la mayoría, un gran valor prestigioso, por la brillante preparación y vital impulso contemporáneo a causas de Derechos Humanos y de presencia internacional de nuestro país, por parte de una Corona española democrática.
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