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El laberinto del miedo

6 de Enero del 2022 - José Antonio Flórez Lozano

“Solo profundizando en nosotros mismos, podremos acceder a recuperar el paraíso perdido”. John Milton (Londres, 1608-1674; poeta y ensayista inglés).

Estamos en el laberinto del miedo. La expansión global del coronavirus implica miedo y más miedo. Chapoteamos en las arenas movedizas del miedo y cada vez nos hundimos más. Estamos perdidos en el manglar del miedo, en el miedo al miedo. Una nueva ola de la pandemia refuerza esta tesis; los contagios diarios se han multiplicado por siete; de nuevo surgen los miedos como una inmensa cascada de restricciones, cierres, prohibiciones, empobrecimiento económico, confinamientos, contagios, hospitalizaciones y muertes. Los centros de salud tienen la agenda saturada por las enfermedades que dejaron de atender y por los nuevos afectados. Los contagios entre sanitarios han crecido un 29 % en el último mes. Más de siete mil profesionales han dado positivo en coronavirus en los últimos catorce días del año. Escuchar las noticias todos los días con el número de contagiados por el avance de la variante ómicron y el número de fallecidos nos anestesia el alma hasta límites insospechados y nos conduce a la desesperanza. El miedo, la incertidumbre, el dolor y la muerte se suceden de continuo, como una mezcla explosiva que deriva en la desesperanza y en el pesimismo, y nos despertamos todos los días con un escenario de estrés, agudizado por la sexta ola de contagios que provoca un alud de noticias negativas.

El vértigo de la vida

Sumario: La comunicación humana es un escudo protector frente a las agresiones del estrés

Destacado: Expresar gratitud, mostrar agradecimiento por tantas vivencias que hemos tenido es una estrategia terapéutica para potenciar nuestro bienestar

La vida está sujeta a toda clase de cambios bruscos, como el colorido del cielo que cambia de rosa a gris como un gigantesco ópalo. El laberinto del miedo es un mar de obsesiones, un océano de ansiedad y de angustia que agota tus fuerzas y terminas totalmente succionado. Y, por otro lado, tenemos tanta prisa por hacer, hablar, descansar, comer y trabajar que nos olvidamos de lo más importante, es decir, de “vivir”. A veces, estamos tan obsesionados en llegar a la meta, encontrar pareja, obtener un gran título, conseguir un ascenso, terminar un trabajo, ganar más dinero, comprar compulsivamente, que se nos olvida las mieles de cada día. Es el vértigo de la vida. Muchas personas tragan la vida, no sienten que están “aquí y ahora”. Si cada mañana, cuando te levantas, recuerdas una de las siguientes frases: “Hoy es el primer día del resto de mi vida” o “Cada momento es único, irrepetible”, sin duda, te sentirás mejor. Platón decía que la avidez o la codicia son grandes desestabilizadores de la sociedad. Una multitud de mensajes nos bombardean todos los días y su efecto no es baladí; sus acciones pueden ser letales alterando la neuroquímica cerebral. Y en este escenario de megaestrés los medios de comunicación son ingredientes esenciales; la pantalla ha desterrado la inteligencia; el pensamiento ha sido laminado y, en su lugar, surge el trabajo burocrático tan absurdo como reiterativo, con una jerga cada vez más ilógica y contradictoria. De esta forma, la televisión acorta la vida, y si no, la malgasta. Una televisión estremecedora que produce un fuerte impacto emocional y provoca en muchas personas estados de tensión emocional, temor, angustia y desolación. El volcán de la isla Bonita es uno de los ejemplos que hemos vivido con mucha congoja; después de la pandemia, lluvias desbocadas y el volcán de La Palma; bienes materiales sepultados, ilusiones quemadas, corazones rotos, un espectáculo desolador parecido al confinamiento de la pandemia. Proyectos vitales truncados y silencios sombríos, horrible es la palabra más descriptiva; todo achicharrado coloreado de negro pompeyano; sufrimiento profundo, impotencia abisal, angustia volcánica, estrés explosivo sin descanso.

La desconexión mental: la solución

Ante el laberinto del miedo, se echa muy en falta la vida bucólica y pastoril y los tiempos de descanso y de tregua, es decir, de desconexión mental. La comunicación humana es un escudo protector frente a las agresiones del estrés, y ese anillo ha desaparecido. Sin embargo, vivir así nos impide a veces pensar, hacernos preguntas sencillas y relacionarnos de manera más humana. Hay que quitar lo superfluo, aligerar la mochila de la vida, encontrar la belleza de la naturaleza, de las cosas sencillas, disfrutar del paseo, del canto del petirrojo, del sabor de un buen tomate, de una manzana, de una fresa, disfrutar del silencio del bosque, de una agradable conversación, del susurro de un riachuelo, del agua cristalina y de la sensación que experimento cuando me refresco en la cara con esa agua. Pensar con gratitud, expresar gratitud, mostrar agradecimiento por tantas vivencias que hemos tenido es una estrategia terapéutica para potenciar nuestro bienestar. El agradecimiento siempre me ha ayudado a relativizar las catástrofes, decía mi abuela. No vamos a decaer, al final el débil rayo de luz se va a transformar en un día radiante, lleno de ilusiones y oportunidades. Como el ciclista a punto de desfallecer en el alto de un puerto de primera categoría, sacaremos fuerzas para llegar y coronar, porque en medio de la crisis surge la esperanza. Con una conversación interior positiva (como el ciclista) reducimos el estrés, aumentamos la autoconfianza y el autocontrol emocional, mejorando nuestro rendimiento cognitivo. Disponemos de un fármaco poderoso: la amistad, muy importante para vencer la soledad y la depresión. La amistad y la conectividad social mejoran la plasticidad del cerebro, fortalecen el sistema inmune y potencian la energía vital. Aristóteles decía que la amistad es lo más necesario en la vida. Y recuerda valorar las pequeñas cosas: saber disfrutarlas es uno de los grandes secretos de la vida; la solución perfecta para salir del laberinto del miedo.

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