Ellas son la revolución
Desde la toma de Kabul, el pasado 15 de agosto, los talibanes han sometido a las mujeres y las niñas a fuertes restricciones. Aparte de aquellas que trabajan en salud y de algunos casos aislados más, el resto de mujeres tienen prohibido volver a sus puestos de trabajo y viajar en público sin estar acompañadas de un mahram (tutor varón). Desde el 20 de septiembre, no se permite ir a la escuela a las niñas de más de 12 años (de sexto curso en adelante), mientras que la rígida segregación de género en las universidades restringe drásticamente la presencia de mujeres en la enseñanza superior.
El hecho de prohibir a las mujeres trabajar ha agravado los problemas económicos de muchas familias, que antes recibían sueldos profesionales constantes, y la supresión de la mujer de los puestos de gobierno ha socavado enormemente la capacidad de gobierno efectivo del Estado. Las mujeres se ven también cada vez más amenazadas por la violencia de género y por la rigurosa restricción de sus derechos a la libertad de reunión y de expresión, que afecta incluso a la elección de su ropa.
Aunque aún quedaba mucho por hacer, los derechos de las mujeres habían mejorado considerablemente desde la caída del primer régimen talibán en 2001. Ya eran 3,3 millones las niñas que recibían educación, y las mujeres participaban activamente en la vida política, económica y social del país. A pesar del conflicto en curso, las mujeres afganas se habían convertido en abogadas, médicas, juezas, profesoras, ingenieras, atletas, activistas, políticas, periodistas, administrativas, empresarias, agentes de policía y militares.
El futuro se ha oscurecido para las mujeres y las niñas en Afganistán con la toma del poder por los talibanes, pero la información sobre su situación no debería apagarse. Ellas nos piden que las miremos porque nuestro apoyo refuerza su resistencia. Quieren ser parte activa en la reconstrucción de Afganistán. La comunidad internacional debe actuar.
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