In memoriam de sor Guadalupe de la Noval Menéndez, OSB
Dejados atrás los avatares de este mundo plácidamente, como si su vida no hubiera sido otra cosa que un entrenamiento para ese instante de ir al encuentro del Padre, sor Guadalupe de la Noval, la benedictina archivera del monasterio de San Pelayo de Oviedo, dejó como inacabado el pergamino en que había ido delineando su "ora et labora", constantemente llevado a la práctica con fidelidad benedictina a lo largo de sus 89 años de edad y de sus 65 de vida monástica, a seguidas de un "sí” hecho perenne vivencia para no tener otro esposo que Cristo Jesús, a quien un día decidió abrazarse en las asperezas de la pobreza, de la castidad y de la obediencia, vividas en entrega y dedicación plenas, clavada con Él en la Cruz de la donación más absoluta.
Viéndola a sor Guadalupe de la Noval en el día a día de las vivencias de su profesión y consagración, uno no podía imaginársela más que siendo benedictina, que siendo monja de la orden de San Benito, que siendo profesa de metas de santidad, que siendo un ser humano forjado de fragilidades y de renuncias, que siendo una religiosa de entregas sin medida al esposo Cristo Jesús, que siendo, en fin, un alma sencilla no sabedora de otra cosa que de Cristo y de éste resucitado, vivió sólo para Cristo.
Se sentía feliz en sus contemplaciones de Jesús en la eucaristía y viéndolo en las realizaciones de los paradigmas más gozosos de las santidades innúmeras de tantas hermanas, de tantas hijas de San Benito, como se habían forjado en las clausuras monacales del cenobio más antiguo de España, de cuyos fastos y glorias, de cuyas miserias también y humildades era sor Guadalupe fiel "custos librorum scripturarumque", haciendo de custodia y privilegiada guardiana del archivo monástico y de la entrega a Jesús, sin más pretensiones que el "hacer a Cristo centro de su vivir".
El colmo, la culminación de su felicidad también a lo humano lo constituían los pergaminos, los libros archivísticos, en que la orden benedictina había ido dejando trasfundida su "memoria ecclesiae", sus tensiones y sus momentos distensos, sus ilusiones y metas diarias de santidad, su sed de verse saciadas las monjas de San Benito de las mieles y regustos de la entrega, de los goces anticipados de las glorias de la bienaventuranza celeste, vividos en recintos de cielos nuevos y tierra nueva, donde el primer mundo ha pasado y aguarda la "recapitulación de todo el universo en Cristo".
-Apunte biográfico de sor Guadalupe de la Noval Menéndez
Subtítulo:
Benedictina archivera del Monasterio de San Pelayo de Oviedo
María de los Remedios Noval Menéndez, que tal fue su nombre de pila, nació el 17 de mayo de 1919, en la parroquia de San Juan de la Arena, municipio de Soto del Barco, hija de Benito de la Noval y de María de los Remedios Menéndez. Su padre ejercía funciones de apoderado de una empresa naviera. A Remedios la había precedido otra hermana, bautizada como Mercedes.
Recibió el sacramento de la confirmación de manos del oibispo don Juan Bautista Luis Pérez en la parroquia de Santa María de Muros. El 9 de febrero de 1923 murió repentinamente su madre, trasladándose la familia a la casa de su abuela paterna en el mismo San Juan de la Arena. Los cuidados del hogar se hallaban a cargo de una muchacha de nombre Agustina, que influyó notablemente en la educación cristiana de las dos hermanas. A los 10 años fue enviada a estudiar al Colegio de las religiosas del Santo Ángel de Pravia, donde inició su Bachillerato, que continuaría en el Instituto Alfonso II de Oviedo y donde tuvo entre otros compañeros a don Francisco Tuero Bertrand, magistrado del Supremo y director del RIDEA; a don Joaquín Suárez, arquitecto municipal, y a doña Herminia Balbín, directora de la Biblioteca universitaria.
Después de muchas incertidumbres y tensiones sobre su futuro, al final decidió su entrega a Dios en la vida religiosa y así fue como el 8 de octubre de 1941 hizo su ingreso en la comunidad benedictina de San Pelayo, iniciando su noviciado, y allí hizo sus primeros votos el 12 de noviembre de 1943, haciendo la profesión solemne el 13 de noviembre de 1944, adoptando el nombre de Guadalupe. Pasó por los cargos de ayudante de la sacristía, cilleriza, maestra de novicias. Por un tiempo, pasó a reforzar la comunidad benedictina de Calatayud, donde ejerció de mayordoma y de portera. Pasó después a la comunidad de El Tiemblo, en la provincia de Ávila, donde se hacía necesaria por razones de reconocimiento del colegio que regentaban las benedictinas, necesitando una titulada en Magisterio, requisito que cumplía sor Guadalupe. Aquí ejerció la docencia y fue maestra de novicias. El 17 de diciembre de 1951 retornó a Oviedo. Dos días después hubo elección de abadesa en Oviedo, siendo elegida la anterior archivera, madre Amparo, a quien mucho le debe el moderno San Pelayo.
Sor Guadalupe, por imperativos de su cargo de archivera, hubo de estudiar paleografía y ejercitarse en archivística eclesiástica para iniciar la tarea de la catalogación de la magnífica colección de pergaminos y de códices, compatibilizando las labores de su cargo con las de la contabilidad monástica y la dirección del colegio mayor universitario, ubicado en un ala del monasterio. Desde 1971 empezó a colaborar en el Archivo Histórico Provincial una religiosa benedictina, momento y oportunidad que sor Guadalupe aprovechó para hacer más sólidos sus conocimientos de paleografía y archivística eclesiástica. En 1978 sor Guadalupe, con la colaboración de Francisco Javier Fernández Conde e Isabel Torrente, llevó a cabo la publicación del catálogo del archivo del monasterio de San Pelayo de Oviedo, en cuatro gruesos volúmenes, precedidos por la historia del monasterio, con que sor Guadalupe obsequió a su comunidad al cumplir las bodas de oro de su profesión solemne.
Después de una lamentable caída, cuando la recuperación de su accidente parecía llegar a devolverla a la comunidad y a su labor incesante de archivera, una complicación en el proceso de su mejora la llevó a la morada definitiva de la gloria del cielo el día 21 de noviembre del año santo de la Cruz, de 2008.
Su labor callada, su espíritu abnegado, su ejemplaridad en el cumplimiento de la regla benedictina, su caridad para con las hermanas de su comunidad, su espíritu de servicio para con los usuarios del archivo, su consejo siempre certero, su laboriosidad sin topes ni medidas, su meticulosidad en la confección del catálogo del archivo, su trabajo convertido en oración, sus metas y afanes de santidad, su espíritu de entrega y de mortificación, su dedicación a sacar a flote la "memoria ecclesiae", su cumplimiento de la obra a ella encomendada por sus superiores, su obediencia a toda prueba, un alma de Dios, tal sería la meta reflejada en la biografía de sor Guadalupe, a la que el Señor podrá decirle: "Ven, sierva buena y fiel, porque fuiste fiel en lo poco, entra en el goce de tu Señor". Que así sea, sor Guadalupe, y que el Señor le abra de par en par las puertas de su casa en la gloria del cielo.
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