La Asturias despoblada I
Habiendo perdido cerca de 60.000 habitantes en los últimos diez años, es este un problema capital ante el que, necesariamente, se deberían adoptar medidas urgentes.
Comencemos enumerando los activos con que cuenta Asturias: agua abundante y de extraordinaria calidad; buenas comunicaciones, a excepción del suroccidente asturiano, que vertebran todo el territorio del Principado; buenos servicios y mano de obra cualificada.
Enunciemos ahora los pasivos: una Administración hipertrofiada con un personal excesivo (60.000 para 1.000.000 de habitantes) que bloquea proyectos, cuando no los aborta o retrasa, por el gran número de trámites y permisos; un exceso de legislación interpuesta, prohibitiva, sancionadora, que ralentiza los ritmos; una carga fiscal y laboral excesiva.
A partir de estas premisas, el análisis de la situación nos permite apuntar diversas reflexiones. Me referiré en este artículo a la primera de ellas.
Las medidas de lucha contra el despoblamiento del mundo rural no solo deben provenir de la Administración, sino que desde el propio ámbito campestre es posible arbitrar mecanismos que ilusionen a los jóvenes a no abandonar el pueblo.
Uno de los principales problemas que afectan a la juventud de las zonas rurales, que pueden tener como objetivo dedicarse a la ganadería por seguir la tradición de sus padres, es la insuficiencia de superficie de pastos para el ganado, insuficiencia que se traduce en escasas ayudas de la PAC, que toma como referencia, para calcular sus subvenciones, la superficie explotada.
Esta insuficiencia trae causa en el hecho de que los ganaderos, a medida que se van jubilando, aunque causan baja en la Seguridad Social, siguen manteniendo cuatro o cinco vacas y disfrutando los mismos lotes o suertes en el monte público o comunal que mantenían cuando se encontraban en activo, y lo hacen para seguir percibiendo las ayudas de la PAC, que, inexplicablemente, son compatibles con la pensión.
Esto hace que los ganaderos jóvenes no puedan alcanzar el número de cabezas de ganado suficientes para mantener una familia y acaban abandonando porque no disponen de pastos suficientes. Si los ganaderos jubilados, aun conservando alguna cabeza de ganado, renunciaran a sus lotes o suertes para hacer crecer, así, la superficie a disfrutar por los ganaderos en activo, coadyuvarían a evitar el éxodo y a mantener, por tanto, el arraigo de la juventud en sus lugares de origen. En fin, hay muchos problemas, pero también muchas soluciones, aunque falta lo más importante: voluntad y decisión.
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