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Como un mañana sin límites

29 de Noviembre del 2021 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Toynbee veía que las civilizaciones se mueven por principios similares al motor de explosión: expansión, estancamiento, retroceso y explosión a una nueva expansión. Pese a los que les pese, españoles y portugueses iniciaron en el siglo XV y XVI la globalidad de este mundo. Se expandió la masa humanística bajo los auspicios de la ley que la reina Isabel de Castilla estableció: los aborígenes de las nuevas tierras deberán ser considerados súbditos suyos si eran bautizados: así fue la equiparación. Por ello, gran parte de la expansión la protagonizaron franciscanos y jesuitas, aunque también hubo aventureros y busca fortunas. Enseguida se crearon universidades abiertas tanto a aborígenes como a no aborígenes, y enseguida también muchos aborígenes formaron parte de su cuerpo docente. Eso dio a la expansión un particular gran impulso. Por lo que, desde el mismo seno europeo surgió inmediatamente la oposición pragmática y comercial al mismo. Un colosal enfrentamiento que aún hoy continúa: humanismo cultural frente a pragmatismo comercial, idealismo católico frente a materialismo protestante. Su equilibrada diferencia es la fuerza vital creadora de la expansión global.

La energía retenida sobre la corteza terrestre es su temperatura, y depende de la nula diferencia entre la que entra y la que sale, si la que entra no varía mucho, es la que sale la que manda. Las fuentes son: la energía del sol (fusión nuclear), la energía del núcleo (fisión nuclear), las energías fósiles quemadas y la energía nuclear que usamos y necesitamos; siendo el sumidero: la salida al frío espacio exterior. Toda producción usa la variación de energía (expansión, estancamiento, retroceso y explosión) que debe ser aprovechada. En la expansión industrial recurrimos a la energía fósil convirtiéndola en CO2 produciendo también otros gases de efecto invernadero: lo cual cierra el grifo a la energía saliente y eleva la temperatura sin que sepamos como poder abrir el grifo para que baje: algo fundamental. Además, consumimos materiales que acaban en deshecho sin procesos para reciclar y recuperar. Resumiendo: el sistema que usamos se infla de energía que agita y destruye el equilibrio climático de nuestro ajustado hábitat, y a la vez destruimos materiales que no se pueden recuperar, hasta que solo nos queden los de afuera en el sistema solar.

Nos comportamos como estúpidos que confían en que el futuro dispondrá soluciones; sin embargo, "Los límites del crecimiento: informe al Club de Roma sobre el predicamento de la Humanidad" cumple el año que viene 50 años. En 2050 seguiremos igual: con el dogma del crecimiento expansivo creciendo, y nosotros consumiendo como si no hubiera un mañana. Será preciso dejar el pesimismo para tiempos mejores, pero algo se debe hacer ahora para tener esperanza.

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