"La cobra" reclama un nuevo enfoque para su estudio.
Lo primero, la fuente de mi inspiración, Yolanda Díaz en esta ocasión. Acusando al gobierno del que es parte de haberla acusado de "alarmista" cuando, el 8 de Marzo de 2020, presentó una "guía" para empresas sobre cómo enfrentar el coronavirus.
He entrecomillado la cobra del título, para dejar claro que no voy a referirme al animalito en sí, sino al símil, cada vez más en uso, de su acto reflejo de escape. Dicho lo cual.
Resulta que, ya prácticamente, se ha popularizado su evasivo curveado, y, por contra, muy poco al respecto de su atacante estirado. Una evidente falta de consideración, si nos atenemos a la frecuencia de reiteración. Pues, no cabe duda, pienso yo, que el echar patrás a fin de evitar el beso, bueno, pues puede que en alguna ocasión, pero, ¡lo que es el echar palante para el venenoso implante...! ¡¿Y las cobras políticas?! Ahí sí que ya...
Vamos, que, hasta ahora, de ahí que recomiende yo el estudio al respecto, la intencionalidad de la cobra política resulta sencillamente indescifrable. Ni por la velocidad del movimiento. No se puede identificar lo pausado con lo bienintencionado. Cuando el lento y leve roce bífido te tiene confiado, ¡zas! Colmillo, y veneno inyectado.
Bien es verdad que esta gente, la gente política, quiero decir...
Oño, perdón, me ha saltado la digresión. Y no puedo evitarlo. Soy así. Cómo hago.
Vivíamos en Puerto Odaz e íbamos con mucha frecuencia, los fines de semana, a la playa de Caruachi, cuando era playa, por supuesto, la Represa que construyeron después no la conocí. Dejábamos atrás la Piedra del elefante, llegábamos al 70 y, en una ocasión, paramos por un motivo diferente, solíamos hacerlo para echar gasolina, en aquella oportunidad lo hicimos por mi deseo de conocer un carajito que, según decían, era inmune al veneno de cualquier serpiente, incluso al, tan mortal, de la mapanare.
Y lo conocimos, mi mujer y yo. Allí estaba, 8 o 10 años, con los pelos cubriéndole la cara hasta los mocos, y tan enrojecido por el rojo terroso como el propio terreno. Enredando con sus serpenteantes juguetes. Según nos dijo su abuelo, no solo era inmune al veneno de los bicharracos, sino que, bicharraco que le picaba, bicharraco que cascaba. Aquella misma mañana se había cargado, desenlace espontáneo, una mapanare que tuvo la nefasta osadía de morderle.
Bueno, pues a lo que iba, que no parece que se mueran, ya estarían todos muertos, los políticos que muerden, y que, ejerciendo, como ejercen, todos, a un tiempo, de mordedores y mordidos, por activa o por pasiva, todos, deberían estar bien jodidos El que no sea así, como evidentemente no lo es, sin duda, como el carajito del Km.70, del Estado Bolívar, ha de deberse a algún tipo de antídoto congénito que les permite sobrevivir a sus venenosas batallas.
La pena es que no son... tan completos, como el muchachito de mi recuerdo.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo

