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Los necios y los datos

8 de Diciembre del 2021 - Jesús Suárez Pérez (Nava - Asturias)

No sé qué nos pasa. La verdad es que no sé qué nos pasa o qué les pasa a una parte cada vez más numerosa de nuestros congéneres. En ocasiones me pregunto si de alguna manera algún lobby o fuerza oculta está induciendo a que la idiocia campe ya libre de toda traba y ajena a cualquier atisbo de pudor en nuestra sociedad, de tal manera que cada vez sea mayor la sospecha de que la concentración de memos por metro cuadrado está creciendo de manera exponencial día tras día. Incluso me temo, emulando el título del libro de John K. Toole, que todo ello se trate de una taimada conjura de los necios de consecuencias futuras impredecibles pero que hacen temer lo peor.

Y para avalar mi convencimiento y mis temores, voy a referirme a una de las muestras, quizás la más paradigmática, que avalan mi teoría del crecimiento exponencial de la estupidez en algunos de nuestros semejantes. Me refiero a la aplicación en el día a día de la ley de Protección de Datos, que, según sea el sentido común de aquel a quien toque interpretarla, puede hacer de tu vida un tránsito amable o un martirio no inferior en intensidad al sufrido por Tántalo.

Hoy en día, obtener información sobre algo, por nimio que sea, es más difícil que Miguel Bosé sufra una reacción anafiláctica por una vacuna de ARN-mensajero. En virtud de la ley de Protección de Datos, preguntar por la receta para conseguir una mayor cremosidad en las croquetas o conocer el índice de patatidad de una tortilla (relación patata/huevo que las haga, como las mías, imbatibles) puede ponerte, sin comerlo ni beberlo, en una situación similar a la que pudieras vivir delante de un pelotón de fusileros mamelucos. "Por Dios, ¡¡cómo me pide 'ustez' eso!! ¡¡Lo impide la protección de datos!!", te responderán como si de una sonora bofetada se tratara y con abertura palpebral ojiplática incluida por parte del interpelado a fin de escenificar el asombro provocado por nuestra tan inapropiada pregunta, hecha con la muy evidente intención de violar la más estricta intimidad de croqueta y/o tortilla. Esa es la situación real, y visos tiene de ir a peor. Pero veamos cómo se aplica la tan sacrosanta ley en otros ámbitos, de manera tan distinta a como lo hacen los necios: Un día cualquiera en las oficinas de un club deportivo a las que acude el que suscribe para formalizar su condición de abonado. El que suscribe, yo, había leído por la "internete" que por su condición de jubilado, el citado club le aplicaba un descuento apreciable en su abono sin especificar condición alguna más, lo cual lo llenó de regocijo y alborozo, pero hete aquí que, cuando se dispone a abonar la cantidad correspondiente, ve con indisimulado estupor que aquella no llevaba implícito ningún tipo de descuento. Al preguntarle a la moza que solícitamente había tramitado la solicitud por qué no me aplicaba el descuento anunciado, me responde que para aplicarlo no basta con estar jubilado, sino, además, percibir una pensión que no exceda de cierta cantidad, lo cual me pareció lógico aunque eso no figurara en la información ofrecida, o al menos yo no lo había visto, así que procedí a abonar la cantidad requerida. Pero claro, me picaba la curiosidad de saber cómo aquella pizpireta moza podía saber, ¡¡¡Santo Dios!!!, ¡¡¡En plena vigencia de la ley de Protección de Datossss!!!, cuál era la cuantía de mi pensión si yo no le había dicho nada al respecto, ni le mostré algún documento en ese sentido (tampoco me lo pidió), ni creo llevar la cantidad que cobro tatuada en mi testuz. "Nosotros, con un golpe de tecla, sabemos inmediatamente cuál es su pensión", me respondió con una sonrisa que denotaba cierta condescendencia. Información sobre croqueta-tortilla, no; sobre cuantía de pensión, sí. Nunca estuve tan cerca de sufrir un soponcio.

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