El sentimiento atlético
La mañana del partido contra el Oporto, en el que el Atleti se jugaba el ser o no ser en la Champions, pregunté a mi amigo Jorge, furibundo colchonero, si esta nervioso, y me dijo que no pensaba verlo, que pasaba olímpicamente porque se había aburrido de ver jugar tan mal a su equipo de toda la vida, una confidencia que me sonó a cuento chino porque estaba seguro de que, de un modo u otro, iba a estar pendiente del resultado.
No tenía ninguna duda de ello, pero tengo que confesar que yo también dudé, por la misma razón de mi amigo, pero no pude evitar engancharme al televisor cuando faltaban 20 minutos para el final, y vibrar como nunca, emocionarme, saltar de alegría con los goles, con la misma alegría de siempre, o más, porque lo que se siente en momentos así es indescriptible.
Es un sentimiento íntimo, profundo. Un sentimiento de tal nivel de intensidad que prefiero degustarlo solo, en la intimidad de mi espacio, entre las cuatros paredes que han sido testigos mudos de mis inconfesables reacciones en las victorias y en las derrotas.
Y lo de Oporto fue una de esas ocasiones en las que bendigo ser del Atleti, como supongo le habrá ocurrido a Jorge, que a buen seguro disfrutó en directo, y posiblemente también en soledad, de los últimos inolvidables minutos de otro de los partidos por los que merece, y mucho, la pena ser del Atleti.
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