First Dates en Bermiego
En primavera, mientras dábamos cuenta de unas setas de San Jorge que Eduardo había recogido por el Aramo, fue establecida la cita para nuestro próximo encuentro.
Sería en el otoño. Allí mismo, en Bermiego, un grupo de compañeros de trabajo compartiríamos una deliciosa caldereta de cabrito.
Así que llegó octubre en un periquete y acudimos a ese divino pueblo quirosano. Lo hicimos de forma absolutamente fiel, como siempre, tal que atraídos por la mágica melodía del flautista de Hamelín. Pero sin que por eso se deduzca que compartiéramos alguna lamentable similitud con las ratas de ese cuento alemán: todos costeábamos mancomunadamente el coste resultante del condumio.
Eduardo, en el mismo camino delante de su casa, al lado de un murete de piedras que actuaba como protección del viento, había hecho una pequeña fogata, colocado el trébede y colgado de él la caldereta con el gustoso contenido. Hizo a la receta llegar hasta el justo punto de cocción, burbujeando en su salsa de tomillo.
Hora y media después, tras el delirante trasiego reparador, charlábamos de forma distendida sobre esto y aquello. El café de manga recién hecho conseguía alejar de nosotros el sueño que de forma persistente se empeñaba en visitarnos.
Para animar algo aquella reunión, claramente decadente por los efectos de la digestión, Félix preguntó qué nos parecía ese programa de emparejar a la gente. Y quizá, por haber tomado más Ribera del necesario para la templanza y la discreción, me desaté en una arrogante y engreída verborrea; absolutamente pedante y snob.
Critiqué sin ambages el programa y a su presentador, a los camareros, a la gente que se prestaba para participar en algo como aquello...; hasta disfruté representando de forma vehemente mi papel de achispado filósofo de salón. Opiné de la misma forma, sobre el tema central de ese show de “amor pastelero”. Y no me quedó sobrante alguno en el magín, cuando me referí al “nivel intelectual de los espectadores que acostumbran a idiotizar ante tal subproducto...”.
Cogí la copa de vino (una vez más, a pesar de estar pasado ya el momento de los cafés) para remojar mi ego satisfecho una vez concluido mi monólogo intransigente y fanático.
Félix me miró y dijo casi con timidez... “En mi casa todos lo ven, mi mujer, mi suegra..., les encanta”.
El trago se me quedó atascado en la garganta. Aquel éxtasis de efervescencia interior al que me había llevado mi autoconsideración, tras la horrorosa perorata de opiniones profundas y fundamentadas (sobre todo en el alcohol), pasó a transformarse en una especie de hielo interior que me impedía hablar, moverme o incluso gesticular. Allí me quedé congelado en el lugar y en el tiempo; como dice el Génesis que se quedó la mujer de Lot, cuando escapaba de Sodoma. Pero en lugar de sal, como ella, yo me quedé de hielo.
Desde entonces, en penitencia autoimpuesta y como cura de humildad, veo de vez en cuando “First Dates”. Eso sí, procuro asistir al programa con cierta mirada especial, un punto de vista independiente, autónomo, casi motivado de interés investigador humanístico, de curiosidad psicológica. Trato de ser sensible a qué es lo que hay detrás, más allá, de esas figuras emparejadas. Dúos de desconocidos cenando entre decoración Urban-jungle de palés, en un plató-restaurante de incomible pasta de internado y postres de plástico, para el posible acecho de una atracción mutua.
¿Hay búsqueda de amor, de una relación, de compañía, de sexo, de dinero, de mejora de las condiciones de vida...?
Seguro que algunos de ellos persiguen alguna de esas opciones anteriores. Pero lo que sin excepción todos repiten como un compartido mantra es: “Busco una persona afín”. Y bastantes, queriendo hacer más hincapié: “... afín a mí”. Todos desean una persona muy parecida a ellos; o casi igual, igual que ellos. Las mismas aficiones, los mismos gustos, las mismas preferencias deportivas, sexuales, políticas, gastronómicas, los mismos valores...
Me paro a pensarlo y me pregunto... ¿Para qué alguien igual a mí, si ya me tengo?
El ojo implacable del objetivo de la cámara es absolutamente inclemente, despiadado: a tiempo parcial o completo. Siempre será capaz de desnudar nuestras mejores cualidades, pero despelotará también las que creemos más ocultas miserias.
(Como con otros hace el vino).
Desconozco por qué razón bautizaron el programa como “First Dates”; supongo que porque la patente de la idea, por lo visto, tuvo lugar en el Reino Unido.
Hubiera preferido “Primeras citas”, así, en este español nuestro. Pero ya se sabe, no tendría ese acusado y generoso gancho de internacionalidad. Además, los derechos de propiedad intelectual y el imperialismo lingüístico...
Con el reconocido desastre que los ibéricos representamos para hablar inglés, no hay duda de que, al menos, han conseguido que los españoles aprendiéramos dos palabras nuevas.
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