Juan Luis de la Vallina, cristiano, maestro y hombre bueno
A vosotros, los que sois muy queridos e íntimos familiares de don Juan Luís, a quienes os sentís y sois muy queridos colegas y consocios de la Asociación de Amigos de la Catedral, a todos los que os habéis profesado amigos queridos de don Juan Luis, a todos os quiero testimoniar mi afecto sincero en este recuerdo muy grato de don Juan Luis.
Hacedme gracia de estos momentos, como una expansión del alma, recordando al amigo entrañable, a nuestro querido don Juan Luis.
Quiero poneros ante los ojos un retrato cariñoso, que con mis palabras, sucintas por demás, pretendo delinear.
Al recordar a don Juan Luis quiero aludir, ante todo, a su condición de cristiano comprometido con las ideas fundamentales que formaron la urdimbre y la trama de toda su vida, una herencia y un legado recibidos de sus padres, que tan intensamente supieron inculcar en él los principios sanos de una educación cristiana, complementarios de su condición de bautizado en Cristo.
De sus cualidades de hombre bueno muchas cosas podría deciros, aunque él prefería ver, en su modestia y casi como con una cierta timidez, la faceta de sus defectos y sus limitaciones, que realzaba el poeta Terencio, al decir «Hombre soy y nada de lo que es humano me es ajeno», a pesar de lo cual fue siempre bueno como condición natural de su ser y de su posicionarse en sus actitudes fundamentales. Decir «un hombre bueno», «un hombre honrado» es expresar de él, sin hipérbole, que lo era de verdad.
Subtítulo:Retrato cariñoso de un cristiano comprometido, "amigo de la Catedral"
Destacado: Decir "un hombre bueno", "un hombre honrado", es expresar de él, sin hipérbole, que lo era de verdad
Hay una faceta que destaca en don Juan Luís, su condición de maestro universitario. El maestro, en su genuinidad, es aquel que sabe dejar su huella impresa en la mente y en la voluntad de sus discípulos, que, sin vacilaciones, lo toman como ejemplo y directriz a seguir. Muchos de vosotros lo recordaréis con su exigencia, con su rigor de método y de enseñanza, con su sapiencia inagotable, portadora de sabidurías, de mesuras y de prudencia. En su docencia jurídica estuvieron latiendo siempre principios auténticos de doctrina social católica y de moral cristiana.
Don Juan Luis fue también el hombre político, concibiendo la política como un servicio abnegado a la vida de la polis, como un servicio de entrega y de generosidad a los gobernados, impregnado por un todo de una deontología basada en categorías netamente cristianas, coherentes con el respeto a las opiniones de los demás y con la búsqueda del bien común como primer objetivo del quehacer político.
Para nosotros, comprometidos con la Asociación de Amigos de la Catedral, fue siempre un colaborador leal, en su condición de vicepresidente de la asociación, un compañero de juicio acertado y pleno de ponderación, de ideas enriquecedoras, portador de optimismos y de ilusiones, con un amor generoso a nuestra catedral, como todo buen ovetense que se precie, en su idiosincrasia de hacer de su catedral del alma bandera y distintivo de su ovetensismo, nunca empañado por su otro gran amor a la tierra salense, que al fin de sus días en lo terreno ha querido él que fuera la receptora de lo único que le restaba para entregarle: sus restos mortales.
Muchas más cosas querría decir de nuestro gran amigo, que lo ha sido, por demasía, de todos, don Juan Luis. Basten, con todo, estos apurados trazos, con los que en nombre de nuestra Asociación de Amigos de la Catedral he querido realzarlo ante todo como cristiano coherente y comprometido, y, por añadidura, como hombre bueno, como maestro, como político y como ovetense de pro, expresado esto último en sus vivencias de «amigo de la Catedral», que es una manera subliminal de producirse en categorías de buen ciudadano ovetense.
Descanse en paz nuestro amigo del alma. Que, como canta la liturgia, a ti, querido don Juan Luis «en el Paraíso te reciban los ángeles, a tu llegada a la morada de la gloria te den acogida los mártires y los santos todos y con Lázaro otrora pobre obtengas y poseas el descanso eterno, la eterna bienaventuranza». Amén.
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