Tiempos difíciles para el orden y la paz
Mi profesión me permitía viajar por Europa. Una de las ciudades más frecuentadas era Múnich, en alguna ocasión, casi coincidiendo con la feria de la cerveza. Me llamaba la atención, aparte de su belleza, el orden de una ciudad de millón y medio de habitantes que se preparaba para albergar a cinco millones de visitantes.
Os cuento un episodio que puede dar una idea de cómo funcionan: Era como a finales de los ochenta; en una pequeña plaza lindando ya con la zona peatonal en torno a la plaza del Ayuntamiento (Marienplatz), había un alto mástil con su bandera, y muy cerca un aparcamiento para bicicletas; unos jóvenes algo pasados de jolgorio y de cerveza, bajaron la bandera, ataron a la cuerda una bicicleta y la izaron como una ciclobandera. Sin saber cómo ni de dónde, apareció una furgoneta a toda velocidad que se subió a la acera, y de la que bajaron unos policías que metieron sin contemplaciones a los jóvenes en la furgoneta en unos segundos, desapareciendo como habían aparecido. Uno de los guardias se quedo en la plaza, bajó la bicicleta, ató de nuevo la bandera, la izó y... señores: “Aquí no ha pasado nada”. No dio tiempo a algo más porque la ciudadanía suele cooperar mucho con la Policía, antes avisando y después agradeciendo.
Suelo recordar este incidente, cuando veo y oigo el jaleo, las algaradas, las manifestaciones no pacíficas, la violencia de cualquier género, la paliza de los narcos y los otros a la Policía, manifestaciones muy peligrosas que desafían al Estado, y de las que nos vamos acostumbrando en este país. Ya lo de fumar lanzando los aerosoles envenenados en lugares concurridos es tragado por una sociedad que no sabe qué es lo que realmente le pertenece, o no lucha por lo que de verdad importa. Para qué hablar de okupas, grafiteros, quemacontenedores, o delincuentes asimilados de todo pelo.
¿Es el ambiente del desorden políticamente correcto lo que dificulta la defensa del orden? Más nos vale que no necesitemos protección. Elementos incontrolados destruyen el orden para sentirse importantes, algo que no habíamos visto en generaciones anteriores. La impotencia policial y las sentencias lentas y livianas sobre delitos muy graves... me recuerda otra sentencia: “Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, por eso el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo” (Eclesiastés 8:11).
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