Pecados carnales
Una vez al mes, por las tardes, suelo despedirme de mi mujer con un animoso: "Hoy voy a pecar". Mi "pecado" mensual es tomarme un chocolate con churros que está de "vicio" en la cafetería cerca de mi casa a la que acudo mensualmente con devoción irredenta.
El pecado (sin comillas) es un constructo ideológico vinculado a las religiones. El pecado (del latín peccatum) es la transgresión voluntaria y consciente de los que creen en la ley divina. Pero, mucho antes de la imposición del Nuevo Testamento, los griegos lo entendían como "fallo de la meta, no dar en el blanco" (hamartia) al referirse a los arqueros, pero por extensión se aplicaba también al vivir al margen de un código moral o intelectual, tenido por meta ideal dentro de la polis.
La tradición judeocristiana acotó el concepto de pecado como el alejamiento del hombre de la voluntad de Dios. Esta voluntad está representada por la Torah (la ley judía), en la que aparecen los preceptos, supuestamente dados por Dios al pueblo de Israel.
El Nuevo Testamento y el triunfo del cristianismo (brillantemente desarrollado por la escritora e historiadora británica Catherine Nixey en su libro "La Edad de la Penumbra") terminaron por condenar y reducir al hombre a su primera transgresión, a la de sus "padres", Adán y Eva. Emerge así la naturaleza pecaminosa del ser humano, que solo puede ser redimida dentro de su verdadero hogar, su verdadera casa, la Iglesia.
Y qué tiene que ver todo esto con mi chocolate con churros. Lo cierto es que esta mañana me he despertado con esta obsesión al escuchar en la SER, un debate al hilo de las palabras del papa Francisco sobre el pecado de la carne. ¡Vaya teme, me dije a mí mismo! Pensé que alguien me había movido el dial y que la COPE o Radio María se habían introducido en mi hogar.
Francisco me cae bien. Especialmente cuando habla de temas sociales y denuncia al capitalismo salvaje que padecemos, pero no me interesan las "cuitas" vaticanas y la doble moral que practica una gran parte de la cúpula eclesiástica en relación con sus pecados de la carne y que, por cierto, llevan dos mil años disfrutando de la misma, como yo de mi chocolate con churros (aunque menos años).
Al parecer, Francisco había sorprendido a los periodistas con unas declaraciones sobre los "masajes" que el arzobispo de París, Michel Aupetit, había "consagrado" a su secretaria y que le llevaron a presentar su dimisión al jefe de la Iglesia católica. "Los pecados de la carne no son los más graves", ha dicho Francisco.
Supongo que los creyentes de la Iglesia católica se sentirán aliviados. Especialmente aquellos que practican la doble moral que les permite su Iglesia a través de lo que ellos llaman "la confesión". Instrumento mediante el cual quedan redimidos de toda culpa... hasta el siguiente pecado. Francisco les ha quitado un peso de encima. Pero para aquellos que en su día fueron niños y los "pecadores de la carne" les jodieron su infancia, las palabras de Francisco les habrán sonado a una nueva violación.
El informe de la comisión independiente facilitada por la Conferencia Episcopal francesa se encuentra ya en el despacho de Francisco en el Vaticano. Siete décadas de perversiones a más de 300.000 inocentes tuvieron un "carácter sistémico" bajo la más absoluta y "cruel indiferencia" de los responsables de la Iglesia católica francesa. Es solo uno más de los aberrantes capítulos que han ido saliendo a la luz en los últimos años (EE UU, Canadá, Gran Bretaña, Irlanda, Polonia...), menos en España. En palabras de su máximo responsable, "se pueden contar con los dedos de las manos los casos que se han producido en España" (¡toma ya!).
Mi chocolate con churros, mi "pecado" nada original, seguirá compitiendo con los pecados de la carne, hasta que mi médico me diga "hasta aquí hemos llegado"... ¡¡no hay penitencia que valga!!
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