Por Valdediós
En estos días de despedida de los tres esforzados monjes cistercienses, el prior J. Gibert, el padre Massimo y el único profeso en Valdediós, el hermano L. Curran, que mantuvieron con tesón el espíritu de su orden en el paraje privilegiado de Boigues, que desde la presencia de ésta, ya en el siglo XIII, pasó a denominarse Valle de Dios (Valdediós), quiero unir mi voz junto con la de mi familia a las múltiples manifestaciones de apoyo, afecto y admiración efectuadas desde el momento en que se anunció la intención de expulsar, esta vez por el poder eclesiástico, a los monjes de Valdediós.
Artículos como el del catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Oviedo y sacerdote católico Javier Fernández Conde que explicaba los orígenes y la importancia histórica de la orden del Císter en Asturias, y acciones a favor de la permanencia de los monjes, entre las que cabe destacar las de la asociación "Cubera", encabezada por su presidente, Etelvino González, y las de otros colectivos como la asociación de sacerdotes "Gaspar García Laviana", resaltadas por el periodista de LA NUEVA ESPAÑA J. Morán, han dejado al descubierto la inacción de la directiva del Círculo Cultural de Valdediós, al cual mi esposa y yo pertenecemos como socios números 11 y 12, y cuyo silencio no compartimos, al igual que tampoco lo comparten sus inspiradores, Juan Benito Argüelles y Lola Lucio. El Círculo no hubiera podido ser y posiblemente tampoco lo será sin la savia vivificadora del Císter, con cuya desinteresada y entregada colaboración hemos contado todos estos años y a los que, al menos por un mínimo sentido de gratitud, se debía haber apoyado en estos difíciles momentos.
Aquellas expectativas que el anterior arzobispo don Gabino Díaz Merchán despertó con su refundación como monasterio, apoyado por el Gobierno del Principado en la restauración material de la fábrica, han sido frustradas por la decisión inspirada por el actual administrador apostólico de la diócesis don Carlos Osoro Sierra, que con tozudez y contumacia impide su permanencia.
Causa estupor que el arzobispo Osoro no haya alimentado la llama de la vida contemplativa de estos monjes de raíz benedictina, máxime cuando el actual Pontífice de Roma quiso llamarse Benedetto (Benedicto), manifestando con este gesto su afecto, respeto y admiración por San Benito, que con su regla dio consistencia a la vida monástica, regulando a todas las ramas benedictinas, entre ellas el Císter.
Las personas que nos acercamos a Valdediós nunca podremos olvidar la acogida y hospitalidad características de su orden, prodigando consejo, afecto, comprensión, entendimiento…
La razón confesada de su cierre por el escaso número de los monjes no se sostiene, como demostró, en un artículo en la memoria del Círculo Cultural de Valdediós del último año, el prior J. Gibert, donde expresó que hay otros muchos monasterios cistercienses de igual o menor número de monjes y no están abocados al cierre.
En un mundo tan materialista y con valores cambiantes es un milagro que existan tres personas dispuestas a mantener un compromiso religioso tan austero de por vida. El que otras órdenes más modernas y acomodadas a la vida "light", hoy imperante, sean más rentables, es dejarse contaminar por el mercantilismo, pensando que los medios y el poder pueden mantener el espíritu de las Bienaventuranzas, que no son otra cosa que un modelo de vida contrario al poder del mundo.
El Papa en París, en su discurso al mundo de la cultura en el Colegio de los Bernardinos, en honor de San Bernardo de Claraval, revitalizador del Císter, ante una nutrida representación de intelectuales y políticos franceses, demostró que el origen de la cultura europea, que enlaza con la cultura clásica, estaba precisamente en estos monasterios. En un fragmento del discurso dijo:
"En San Benito, para la plegaria y para el canto de los monjes, la regla determinante es lo que dice el salmo: Coram angelis psallam Tibi, Domine (Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (cf. 138, 1). Aquí se expresa la conciencia de cantar en la oración comunitaria en presencia de toda la corte celestial y, por tanto, de estar expuestos al criterio supremo: orar y cantar de modo que se pueda estar unidos con la música de los espíritus sublimes, que eran tenidos como autores de la armonía del Cosmos, de la música de las esferas. Los monjes, con su plegaria y su canto, han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza.”
Pues bien, a esto ha sido a lo que se han dedicado estos tres monjes durante los últimos 16 años en Valdediós y a lo que se hubieran dedicado durante el resto de su vida si no se les hubiera arrebatado este lugar en el mundo.
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