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Santa Eulalia, patrona de Oviedo

11 de Diciembre del 2021 - Antonio Parra (Cuideru)

No amaina el temporal, bajé a la playa cachava en mano, días breves y entrañables de santa Lucía las noches más largas que los días, vísperas del solsticio de invierno, fiestas de la luz a partir de mañana amanecerán un minuto antes y atardecerá otro después.

Hoy es santa Eulalia, patrona de la catedral de Oviedo, sus cenizas yacen en la Cámara Santa. En la hagiografía cristiana esta niña de 12 años que le cantó las cuarenta al pretor emeritense Daciano, que publicó un bando que prohibía el cristianismo obedeciendo las ordenes de Diocleciano, la persecución más implacable, o parece que tiene su aquel en los tiempos laicos que corren cuando subyace una persecución subliminal esto es sin sangre y sin gulags para los que quieran seguir las enseñanzas del Evangelio. Mi primera parroquia fue la de Santa Eulalia segoviana, donde se inicia el turno de la Catorcena, y ahora he venido a dar con mis huesos a este hermoso rincón del Principado.

Aquí me lamo mis heridas y mis silencios. Son alegres y esperanzados los años de senectud.

Soy devoto de esta niña emeritense. Todo un paradigma en los tiempos que corren cuando muchos cristianos carecen del valor que ella tuvo de enfrentarse al poder a costa de su propia vida y derramó la sangre por Jesús.

Hoy la llamarían relacionista o políticamente incorrecta, tal vez antisistema. En fin, nos dio ejemplo haciendo honor a su nombre, que en griego significa “hablar bien”. Una niña se perdió camino de Santa Olalla, canta la copla, pero no se perdió, se encontró con Cristo al recibir la palma del martirio.

En Oviedo su fiesta de primera clase se celebraba con gran solemnidad con una hermosa liturgia del rito mozárabe el 10 de diciembre o según el conteo del calendario latino el cuarto de las calendas de diciembre. Tengo en las manos un viejo libro de coro, “Officia propia festorum Dioecesis oventesis”, publicado por Ed. Regadera de Oviedo en 1871, y me entusiasmo con la traducción de los versos que le dedica el poeta Prudencio:

“Himno de Olaya”

De la Virgen cantemos la alabanza con reverencia / La cual portando mil guirnaldas sobre la frente / Dos palmas mereció ganar / Con sangre derramada / Y con ellas avanza apresurada a la morada del Padre / No teme a la noche ni la empavorecen las tinieblas / Antes de que la luz abra sobre las zarzas el orden celestial / Entra con rápido andar la adolescente emérita / Después de comparecer ante un funesto tribunal / En su deposición declaró que los dioses son falsos / Con dulces palabras el pretor de disuadirla trata / Para ablandar el ánimo de la chiquilla / Trata de animarla a ofrecer incienso a los dioses / Para complacer al césar / Ella dice que eran falaces de Daciano las palabras / No se ablanda tampoco a sus amenazas de encerrarla en una cueva / Y de sumergirla en un río de aguas bravas / El pretor presa de rabia rechina los dientes / Manda azotarla. Con todo y eso, la muchacha resiste / Es más fuerte que el tormento / Los garfios la esgarran pero la virgen contando las heridas abiertas en su carne se alegra y celebra el triunfo de Cristo / Con voz sonora / Manifiesta que hay dos tiaras inscritas / En sangre donde campea el triunfo de Cristo máximo / Daciano dominado por el furor / Ordena que sus mamas sean bañadas en aceite hirviendo / La joven aguanta impávida el dolor e los pechos quemados / La mana estar de pie sobre un arroyo de aguas hirvientes / Se quema su cuerpo / Sin embargo sale la mártir indemne del tormento del plomo / Y de las brasas / Soportando sin vacilar el suplicio / Al expirar los que estaban / Allí vieron subir al cielo una paloma / El cielo se iluminó con una luz resplacediente / El verdugo al huir dejó el cuerpo desnudo / La nieve caída del cielo cubrió su pudor / Oh, virgen, que es la firme columna de Mérida / Protege benigna a los astures / Que te refieran como patrona siempre / Y tu fiesta celebramos con agrado / Recibe, Olalla, nuestro voto / Y ayúdanos / Danos tiempos de paz / Para que podamos siempre cantar tus versos / Deo Patria sit gloria in sempiterna saecula / Amen.

Prudencio, el cantor de los mártires hispanos.

El cuerpo de santa Eulalia fue trasladado a Oviedo por los cristianos mozárabes cuando el musulmán invadió la península, pues como dice Mío Cid: “Tomaron sus cuerpos todos los que ovieron y fueron castilla e ansí la defendieron”.

Su culto fue extendido en toda la Edad Media hasta el siglo XI. San Agustín hace un panegírico de la virtud de esta “puella”, que a los 12 años prefirió morir antes que renunciar a su fe. Que ella proteja a los asturianos y extremeños, pues en Mérida es muy venerada, tiene una capilla ardiente. Su padre era un veterano de las legiones romanas que regentaba una quinta o cortijo en Porcejana, en la Bética a treinta pasos de Emerita Augusto. Tuvo otra hija, Julia, que también fue mártir pero de ella no hablan los menologios.

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