La verdadera Luz de la Navidad
Casi sin darnos cuenta, un año más, los cristianos nos disponemos a celebrar las entrañables fiestas de la Navidad. Incluso la nieve ha hecho acto de presencia durante estos días para ambientarnos en ellas. Los comercios se engalanan, los turrones y mazapanes vuelven a las estanterías de los supermercados, la tele nos bombardea con anuncios de regalos para los niños y de perfumes para los enamorados. Los ayuntamientos compiten para ver cuál pone más luces en las calles de sus ciudades... luces, luces y más luces.
No seré yo quien critique este gasto o inversión, pues entiendo que los comercios deben vender y toda esta parafernalia ayuda a llenar las calles de gente, y a consumir, sobre todo a eso, a consumir muchas veces de forma desmesurada y sin control.
Pero la verdadera Luz que nos debe iluminar a los cristianos durante estos días de la Navidad no es esta luz superficial que nos pone el mundo, una luz falsa y que se apaga al llegar los primeros días de enero, la verdadera Luz en la que debemos fijarnos y seguir es esa Luz de Cristo Jesús crucificado para escándalo de todos. La luz en la que debemos fijar nuestros ojos es en esas personas que nada tienen, los pobres, los abandonados, los afligidos, los enfermos, los drogadictos, los ancianos que han quedado solos sin el cariño de los suyos. Los niños que han sido asesinados en el seno de sus madres y que jamás podrán ver la luz...
Celebraremos las Navidades por todo lo alto, gastaremos hasta lo que no tenemos, comeremos y beberemos como si no hubiera un mañana. Despilfarraremos en colonias y regalos, si es necesario pediremos un pequeño préstamo al banco para llevar a cabo toda esta hipocresía. La luz del mundo nos domina. La Luz de la Navidad, de lo que verdaderamente significa la Navidad queda relegada a un segundo plano. Los padres no enseñan a sus hijos que esta noche nos nace la Luz del mundo, el Salvador que viene a dar la vida por todos nosotros. Ya no se cantan villancicos frente al nacimiento ni se acude a la eucaristía de la llamada “misa del gallo”. ¿Para qué? Esa luz no nos importa.
Que estos días sirvan, al menos ese es mi deseo, para que los que nos consideramos católicos hagamos una profunda reflexión de lo que es nuestra vida. De si todas esas luces nos ayudan a amar a nuestros hermanos, a ser mejores personas, a compartir con los más necesitados, a darnos un poco más sin esperar nada a cambio.
Y no olvidemos que la verdadera Luz, la que nunca se apaga, la Luz más pura y limpia es la de Jesucristo clavado y muerto en la cruz y que resucitó para darnos a todos Luz eterna.
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