Cuando las cosas eran como eran
Yo así lo veo. Ahí estaban, las cosas. Simplemente eso, estaban. Y con ellas estaban los elementos, con la misma capacidad de decisión que ellas: ninguna.
La diferencia entre ambos, cosas y elementos, es que las unas no se menean y los otros no pueden estarse quietos.
Dada esta circunstancia cohabitacional, se alteran los espacios, se producen los roces, las mezclas... Consecuencia: la vida.
La vida que, consecuente con la persistente causa de su creación, comienza su evolución. Y sigue su lógica sin razón.
O sea que, sin puñetera idea, pero primero suma y, a fuerza de sumar y sumar, sin querer, puesto que carece de voluntad, pasa a multiplicar, y multiplicando y multiplicando... Y así, su velocidad evolutiva se va disparando, ¡y! sobre todo ¡complejizando!
Lógicamente, la natural complejidad trae consigo el natural antagonismo entre aquello que necesita de lo mismo, y, siendo lo mismo finito, hasta ahí llega lo que no pille un poquito. Por tanto, el, lógico y natural equilibrio, con su lógica y natural consecuencia: el desequilibrado, finiquitado.
En definitiva, el equilibrio perfecto. ¡Y entonces!
La cagada perfecta. La inteligencia, el hombre. Las cosas dejan de ser lo que son para ser lo que el hombre quiere que sean.
Se jodió el equilibrio. Y un mundo desequilibrado...
No lo estará más porque esto sea publicado.
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