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La llingua viperina

15 de Diciembre del 2021 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

Érase una vez un Pequeño Paraíso Terrenal Imaginario...

La tierra es allí pródiga y generosa; provee con holgura de todo lo necesario.

Sus oriundos siempre están alegres: son felices. Cosa lógica, pues casi no necesitan trabajar, solo preocuparse del bienestar de todos. Sus necesidades, cubiertas de forma obsequiosa por una naturaleza magnánima, apenas exigen dedicación alguna, todo llega proporcionado como un abundante premio.

Sin embargo, ninguno de los fáciles frutos recibidos es el de mayor consideración y aprecio.

Lo que verdaderamente causa delirio entre los lugareños es únicamente un líquido. El resultante, tras diversos manejos en un complicado proceso (y siempre que no haya viento) del fruto de unos árboles algo retorcidos y muy abundantes, a los que conocen como manzanos. Y a ese líquido lo llaman sidra.

La ingesta de este néctar, aún en poca cantidad, obra efectos tales a los de la pócima que Panorámix “marmitaba” para los valientes Astérix y Obélix. Aunque no con las conocidas consecuencias en cualidad para esos galos, sí en resultas de intensidad para los nativos del Pequeño Paraíso Terrenal Imaginario. Es de considerar lo atinado del druida galo en la elaboración de su poción mágica (receta que solo pasa “de boca de druida a oído de druida”), pues consigue facultar de una fuerza sobrehumana a quien la cata. Y sin ningún asombro.

Como tampoco causa asombro en el Paraíso ese extraño rito por el que elevan su néctar pomológico por encima de la cabeza, dejándolo caer luego en alegre hilo de cascada, dorada, tintineante y saltarina en el cristal: vaso único, del que la jubilosa comunidad bebe complaciente.

Tras lo que ellos llaman el culín (que nada tiene que ver con “pequeño trasero”) comparten yanta, charla y sus cantos interminables. Ruidosas, jubilosas son sus bocas, hermanadas por la mágica poción.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, estas lugareñas bocas se han visto divididas. Pequeño Paraíso Terrenal Imaginario ha de soportar ahora a dos bandos alineados y tozudos, enfrentados con lengua viperina por la llingua (ofidios y manzanas, ya se sabe, siempre abundan en los Paraísos).

Hablan casi igual sus bocas, pero a un bando le parece suficiente la diferencia para justificar su porfiado empeño. Hablan casi igual sus bocas, pero con bien distintos intereses. Un bando que ridiculiza, el contrario que arguye historia y cultura, lo patrimonial. Se exige justicia social, para quien desarrolló su vida académica en torno a la llingua; se pretende el desarrollo de la educación bajo su amparo, para estudiantes desde bien infantes; un funcionamiento por ella abrigada de las instituciones administrativas, políticas y judiciales... en fin, la oficialidad. Y todo lo que ello comporte.

El presidente del Pequeño Paraíso Terrenal Imaginario (un Paradios imaginario) templa gaitas para evitar el enfrentamiento de las votantes criaturas, y procede a la apertura de un espacio entre dos esponjosas nubes en el palacio de su cielo imaginario. Con su voz de trueno, pero educado y contemporizador, anuncia: “Oficialidad amable”.

Pero bastante más de media población del Paraíso se da cuenta de que su generoso discurso de dos palabras no dice nada sobre los setenta u ochenta millones de euros de gasto anual, que han sido calculados como importe de esa oficialidad, incluso aunque sea... amable.

La mitad del censo imaginario del Terrenal Paraíso no es capaz de caer en la cuenta de cuáles puedan ser las partidas en los presupuestos objeto de la detracción de esa importante cantidad.

Por desgracia, una parte amplia de la población tiene bien presente que, a pesar de pífanos, trompetas o clarines, que a menudo tratan de anestesiar los juicios objetivos de los que respiran allí, su Paraíso es bastante modesto. Últimamente cada paisano “paradisíaco” ha pasado de una atención médica personalizada a solo disponer del que llaman un galeno telefónico; los sanitarios trabajan jornadas aumentadas y agotadoras, por las graves circunstancias impuestas por un virus nuevo, pero también por no existir nueva contratación, ni cobertura de bajas. Las carreteras son de “la tercera edad”, por las “arrugas” de su senilidad asfáltica (cuando la hubiera). Y los baches, badenes, hundimientos, desprendimientos-argayos, para los que la premura reparadora necesaria a aplicar no se da, aparecen por toda la geografía de ese Edén.

¿El Paradios del Paraíso imaginario pensará conseguir los propósitos de su oficialidad amable recurriendo a otras partidas económicas, como la de atención social, los mayores...?

En el Pequeño Terrenal imaginario sus habitantes han abandonado el reto que para su imaginación significaban las hipótesis: comprenden que es inútil elucubrar sobre cuál pudiera ser el origen de todo ese dinero que apartar. Saben que los caminos del Paradios son inescrutables, pero incrédulos se lanzan a la Uría de su capital entonando bajo las ventanas del palacio del líder algo como “Les perres nun mienten: nin paren, nin preñen”.

Antes que otras cuestiones, creen en la relevancia de encontrar los remedios para asuntos primordiales aún sin solucionar. Antes de pintáu, el payar atecháu.

El filósofo Ludwig Wittgenstein, con lingüística psicología, dijo hace años: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

Y en el Pequeño Paraíso Terrenal Imaginario casi todos se preguntan si su amable Paradios no dará en comprimir los límites de su mundo social... a costa de querer ampliar los límites del mundo la llingua.

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