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Monsacro, vivencias compartidas (II)

29 de Diciembre del 2021 - Agustín Hevia Ballina

Hace unos días compartí vivencias gozosas en LA NUEVA ESPAÑA con Natividad Torres y Julio Concepción, así como tantos como explorar nuevas y novedosas vías de acercarse al misterio de la Santa Montaña, del Monsacro de siempre, para dar en el conocimiento de sus íntimas e intrínsecas sapiencias allí custodiadas.

Allí, en efecto, en aquel sacro y reverenciado lugar, desde los hondones de la Prehistoria, a través de dólmenes y túmulos, expresivos de religiosidades prístinas, se abrieron caminos de esperanzas cristianas los portadores de la cruz para ofrecer salvación y gracia al humano linaje. La rememoración de “Santas Reliquias” hacía sentir compartidos cariños y amores, expresados en efusión. Un lugar rezumante de santidad, de ilusiones de salvación, sacralidad y esperanza de un perenne encuentro con Dios.

Nació allí el culto a las Sagradas Reliquias, que de la lejana Jerusalén había traído el santo obispo asturicense Toribio, al que rememoran la silla o la sede del Obispo o el Pozo de Santo Toribio, vinculado a la misma capilla octogonal, que del Sepulcro del Señor heredara pautas arquitectónicas, que el Occidente hasta entonces ignorara. Con facilidad podrías imaginarte al obispo abrumado por el peso del Arca Santa en que portara el precioso tesoro, entre otras infinitas y muy santas reliquias, la más preciada y nunca bastante exaltada, teñida con la Preciosísima Sangre de nuestro Redentor, el Sudario Santo, que merecería invocarse como Santísimo, rindiéndole el debido culto de adoración.

Sumario: Decir Monsacro es rememorar las Sagradas Reliquias

Destacado: Allí, en la sublime Arca, los astures cristianos, con la cristiandad entera, recibían el preciadísimo don de un número casi infinito de Reliquias Sacras, que solo Dios podría llegar a contar

Allí, en la sublime Arca, los astures cristianos, con la cristiandad entera, recibían el preciadísimo don de un “número” casi infinito de Reliquias Sacras, que solo Dios podría llegar a contar. Reliquias del Salvador de la Humanidad, de su Madre sacrosanta, la Bienaventurada Virgen María, de los venerables enviados y Santos Doce Apóstoles de Nuestro Señor y de los testigos y mártires, que con su sangre gloriosa habían adherido sus vidas a la del Santísimo Salvador.

Allí, en el Monsacro de los siglos, venerables y santo ermitaño custodió, en culto germinal, el Sacrosanto Relicario que llevaría en pos de sí las ansias de la peregrinación en todos los confines de la Cristiandad. El callado y humilde “ermitaño” en su “cueva del ermitaño” alimentaba penitencias innúmeras y constantes ayunos, que alcanzaba a mitigar por las frugalidades y asperezas penitenciales impuestas para satisfacción por sus pecados. El “huerto del ermitaño” proveía en suficiencia de las verduras y legumbres que le aplacaban su ansia interior.

De allí, según venerables y documentada tradición, las Crónicas de la tradición astur, habían venido las Reliquias, en Sagrada Arca portadas para convertir el humilde y sencillo edicuo de la Cámara Santa en el lugar santísimo, para entrar en la cual, dada su sacralidad mereceríamos que se nos dijera: “Quítate las sandalias, porque el lugar al que te acercas es santísimo sobre toda ponderación”.

Como ves, la Cámara Santa prolonga la santidad que Dios confirió a la Sagrada Montaña, al Monte Sacro, al “Monsacro” de los siglos, de las tradiciones que de siempre viene vinculando su existencia, durante esto mil y doscientos años a las vivencias de la muy Santa Catedral de Oviedo. Procura acercarte al Sacrosanto Monte con respeto sin medida, bien consciente de que, en las cosas de Dios, poco pueden los humanos sino dejar que actúe la divina Providencia. “Monsacro” será siempre no solo una montaña de escarpaduras y asperezas compartidas entre pueblos, sino una Sacra Montaña, casi como el corazón de Asturias, que a todos nos invita a conocerla y a vivirla, a gustarla y a no cejar nunca en expresiones hacia ella de cariño y de amor.

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