Casado pierde los papeles
La sesión de control al Gobierno del miércoles 15 de diciembre no sé si va a tener el carácter de histórica, quizá sea exagerado el calificativo, pero lo que es evidente es que no ha sido una más. Ya estábamos acostumbrados, desde que Sánchez pactó con fuerzas políticas a su izquierda, a insultos, descalificaciones y salidas de tono, la mayoría de las veces protagonizadas por la ultraderecha, pero nos quedaba por ver, en vivo y en directo, cómo el líder del principal partido de la oposición perdía los papeles en el hemiciclo. Hemos visto a un Casado nervioso, irritado, desquiciado seguramente es el término que más se ajusta a su estado de ánimo, y escuchar ¡coño! por segunda vez desde que lo pronunció Tejero en el Congreso de los Diputados no es lo más significativo, para mí es más significativo el manotazo violento que le dio Casado al micrófono al terminar su intervención. Cuando tienes un asunto de peso y argumentos para hacer sangre, como los tenía Casado en el caso del niño de Canet, ni te hace falta usar tacos como muletilla ni actitudes poco profesionales para un político. Casado hizo una purga tremenda en su partido después del congreso donde fue elegido presidente del PP, a todos los que apoyaron a Soraya los envió a Siberia. Solo se libró Bonilla, porque Susana Díaz había convocado elecciones anticipadas en Andalucía y Casado no pudo cargárselo también. Pero a continuación cometió el gravísimo error de poner en puestos de gran responsabilidad a peones de Aznar y de poderes no democráticos, como Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Natividad Díaz Ayuso. Con la primera ya vimos lo que le pasó y ya estamos viendo lo que le está pasando con la segunda. Pero error aún mayor lo cometió Casado cuando, para conservar gobiernos, como el de Madrid, Andalucía o Murcia, pactó con Vox, a pesar de que miembros del Grupo Popular Europeo le habían advertido en repetidas ocasiones que nunca, nunca, nunca hiciera eso. Así que yo creo que el nerviosismo y el cabreo de Casado tienen más que ver con los problemas internos de su partido y con el crecimiento de la ultraderecha a costa del PP que con lo que le está pasando al pobre niño y a su familia en Canet, acosados por los impresentables independentistas catalanes, que se parecen cada vez más a los nazis. En esa misma sesión hemos visto también algo muy interesante, la plasmación sonora y gráfica de que Julio Anguita, como casi siempre, tenía razón: "Vox no es un partido fascista, le falta el componente social, Vox es un partido ultraliberal y ultracatólico". Yolanda Díaz, contundente pero educada, como siempre, puso a la que seguramente va a ser la candidata de Vox a las elecciones andaluzas, Macarena Olona, en su sitio. Díaz utilizó el mismo programa político de Vox para dejar diáfano que, en efecto, a Vox le falta el "componente social" y que, al contrario de lo que dicen, su programa es totalmente contrario a los intereses de los trabajadores. No sabemos si la ultraderecha española va a maniobrar para corregir esto y hará como hizo el Frente Nacional en Francia, que ahora tiene un programa más social y más de izquierda en muchos aspectos que los de las izquierdas, aunque, eso sí, poco creíble. En este sentido, Vox ya ha creado su propio sindicato, este sí, correa de transmisión del partido. Como pescar en el nicho de los trabajadores para la ultraderecha española no va a ser fácil, ni con piruetas dialécticas y triples saltos mortales con tirabuzón, porque aquí no solo nos vacunaron de niños con la trivalente, también con 40 años de dictadura fascista, pues Vox, al menos de momento, tiene que crecer, ya lo está haciendo, a costa del PP. Así que el nerviosismo de Casado y la contundencia en desmontar las mentiras de Vox de Yolanda Díaz, aunque aparentemente inconexos, están íntimamente relacionados.
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