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Santa María del Naranco fue el aula regia o palacio de Alfonso II

2 de Octubre del 2010 - Ricardo López Pacho (Pontevedra)

Se cumple un año desde que expuse en una conferencia en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA mi visión de Santa María del Naranco. Lo que por entonces todos o casi todos los libros y multitud de artículos de prensa enseñaban era que esta construcción se la debíamos al rey Ramiro I.

Yo sostuve siempre que le pertenecía al rey Alfonso II y que desde este lugar, cumpliendo con lo establecido en el Ordo 48 del Liber Ordinum, salía el rey con el ejército a luchar contra los musulmanes para recuperar las tierras que nos habían arrebatado. Interpreté con acierto absoluto los dos cuadriláteros cruzados por gruesas diagonales que se muestran en la fachada oriental. Expuse, no con demasía de tiempo, la presencia de los símbolos eucarísticos en la planta noble del edificio, y aunque me pareció la efigie de un felino, del que en seguida trataremos, una fuerza del bien por aparecer rodeado de doble figuración eucarística –en realidad, una espiga–, puse en guardia a todos contar él porque me di cuenta de que el efigiado no era un animal, sino la representación del rey Ramiro I; me ocupé, igualmente, de los 32 discos –cuatro de ellos colocados en el exterior–, pero los descarté como piedras de la construcción por considerarlos elementos tardíos. Son los treinta y dos discos, uno por uno, panegírico del citado felino, y su labra se debió al encargo, probabilísimamente, del rey Alfonso III, nieto de Ramiro I (el mismo Alfonso III es el autor de la inscripción de la conocida ara de Santa María del Naranco).

Resumiendo: despojada Santa María del Naranco del relieve del felino y de los 32 discos, debe ser definirla y creerla el aula regia o palacio de Alfonso II, al que no le faltaba el espacio sagrado, el ara o altare –lo que se ha supuesto mirador oriental– bajo el cual hubo enterramientos (no va descaminado quien piense que ahí reposaron entre otros mártires de Cristo Santa Leocadia, luego llevada a la Cámara Santa de la catedral ovetense). La disposición del altar bajo el cual hay un espacio para enterramientos está sugerida por este pasaje del Apocalipsis, 6,9: «Cuando abrió el quinto sello vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron».

Opino que solamente el hecho de haber sido identificada Santa María del Naranco como palacio de Alfonso II obliga a escribir una historia nueva de Asturias y de la monarquía asturiana. Pero no seré yo quien emprenda esa tarea. Ánimos no me faltarían, pero sí la salud (83 años pesan mucho). Debería residir en la misma ciudad de Oviedo para poder acudir asiduamente a la Facultad de Historia: seis horas tardo en desplazarme en taxi de La Guardia al monte Naranco (no estoy para muchos traslados). Lo que sí podré hacer, y con mucho gusto, será colaborar por carta ordinaria, por correo electrónico o por conversación telefónica con todo aquel que me pida la colaboración.

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