El brexit de los pelos
Boris Johnson se peina con petardos. No sé quién pronunció la frase para describir el cabello del primer ministro del Reino Unido, que está viviendo sus horas más bajas desde que desembarcó en el número 10 de Downing Street. El pelo del líder del Partido Conservador y exalcalde de Londres lleva muchos meses siendo uno de los temas nacionales de debate, y su apariencia desaliñada tiene detractores y defensores. Ese cabello llegó incluso a tener su propia cuenta de Twitter (@Boris_Hair) a modo de parodia.
Melena lisa y albina y, sobre todo, abominablemente despeinada. Un sello personalísimo del primer ministro que hasta hace bien poco generaba una cierta simpatía en su país. “Es un arma que ha utilizado persistentemente en el pasado para desviar la atención sobre cualquier atisbo de maldad”, recogió la revista “Marie Claire” en su edición británica. El popular historiador británico Greg Jenner llegó a asegurar que había visto a Boris despeinarse deliberadamente antes de dar un discurso público.
Hace unos meses, el propio Boris Johnson tuvo que salir al paso de algunas preguntas de periodistas y les aseguró que tenía un peine en su oficina. El aspecto del primer ministro, siempre revuelto y desordenado, le confiere la apariencia, según varios analistas, de haber estado trabajando toda la noche, aunque a día de hoy son más quienes consideran que ese estilismo no le beneficia en nada ya que denota pasotismo, caos y desgobierno; una opinión similar a la que defendía el profesor Carles Muñoz Espinalt, padre de la psicoestética, cuando decía: “El hombre de atuendo descuidado siempre da la impresión de haber dimitido en el curso de su propia libertad”.
Hay quien ya habla del brexit de los pelos, una demostración más de la importancia cada vez mayor que tiene la imagen de los políticos en la sociedad. De hecho, se cuestiona si su aspecto físico es casi más importante que su ideología, y más aun teniendo en cuenta que la mayoría de la información que recibimos es visual y que vivimos inmersos en la era de la imagocracia, es decir, el poder de la imagen, que se apodera de casi todo.
Y es cierto que el foco mediático no solo recae en la cabeza del primer ministro del Reino Unido. El pelo del actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, también fue centro de atención. El sucesor de Donald Trump en la Casa Blanca padece de alopecia androgenética, empezó a perder cabello y hace ya más de tres décadas se sometió al primer trasplante capilar. Ahora hay quienes especulan con que para su campaña electoral del año pasado se haya realizado un nuevo tratamiento. No sería de extrañar, si uno hace el ejercicio de comparar fotos del antes y el después.
El caso es que los cortes y peinados de los políticos cada vez ocupan una mayor porción de la tarta informativa, y el llamado brexit de los pelos lo demuestra. Mientras unos piensan que es una estratagema inteligente que está ayudando a Boris Johnson en su trayectoria política, otros defienden que su desaliño es el mejor espejo de su gestión.
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