Navicompra, Nochecompra y Reyescompra
Eso ya lo tiene, se lo compraste hace dos años... eso lo compró en rebajas... ya tenía una parecida y aprovechando el Viernes Negro lo compró otra vez... ¿A que al final resulta que no sabemos qué comprar porque tiene de todo? ¿A que sabe de qué le hablo? Efectivamente, hoy en día no se compra solo en Reyes porque se compra todos los días, fines de semana incluidos, y, como hasta eso nos parece poco, nos transformamos en “compradependientes” enganchados a esa droga que nos impulsa a cebarnos cuando nos cuelgan los carteles de “Rebajas” o “Black Friday”. Comprar, comprar, comprar, comprar y comprar.
Hemos devaluado hasta tal nivel el detalle hacia un familiar o una amistad que solo somos capaces de demostrarlo a golpe de talonario, con la consiguiente adquisición de un artículo. Recurrimos al remedio más inmediato, visible y directo, por tanto, el más recurrido, estúpido y rutinario, para demostrar cariño, afecto, o para conmemorar una fecha entrañable. Nos comportamos como simples infantes, premiando con la compra de un objeto a esa persona que queremos felicitar, porque, en realidad, no somos capaces, o nos negamos, a exteriorizar ese aprecio de otra forma. Erich Fromm (psicoanalista y filósofo) dijo: “¿Por qué a los seres humanos contemporáneos les fascina comprar y consumir, y, sin embargo, sienten muy poco apego por lo que compran?”...
Mira que les habremos escuchado decir en miles de ocasiones: pues me hubiera gustado ir a conocerlo, o podíamos ir un día a dar un paseo, o si hubiera ocasión de reunirnos... pero todos esos deseos, frases que nos dan pistas sobradas de las necesidades reales de esa persona, a la que queremos premiar de alguna forma, nos pasan desapercibidas. Nosotros tamizamos esa sugerencia que se manifiesta como un deseo, y lo único que se nos ocurre es traducirlo a la religión del consumismo, para resolverlo en forma de objeto-regalo. Da igual si es caro, barato, que ya lo tenga, o que ya lo tuviera, se le compra algo y punto. Simple, sencillo y religión para miles de millones de personas en el mundo.
Sé que es una guerra perdida, pero no por ello cesaré en el empeño. ¿No creéis que el chiquillo ya tiene tantos juguetes que no tiene ni tiempo para jugar con todos? ¿Y el abuelo? ¿Cuántos pies le viste, o cuantas cinturas crees que tiene, para insistir una y otra vez en el juego de calcetines y cinturón? ¿El perfume? ¿Te crees que solo lo necesita en Navidad? Ya lo habrá comprado y tendrá varios en la estantería. ¿Zapatillas, camisas, chaquetas, relojes, zapatos...? Es que da igual, somos la especie animal inteligente del planeta Tierra, y a la vez campeones universales del absurdo, infantiles hasta decir basta, y un año más nos amontonaremos en tiendas, grandes centros comerciales, con un único objetivo, seguir haciendo el mono pensando que estamos haciendo algo bien, cuando realmente lo único que estamos haciendo es alimentando ese monstruo de apellido Consumismo y de nombre... el de cualquiera.
“La actitud inherente al consumismo es devorar todo el mundo. El consumidor es eterno niño de pecho que llora reclamando su biberón. Esto es obvio en los fenómenos patológicos, como el alcoholismo y la adicción a las drogas”. E. Fromm.
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