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Sanidad pública asturiana

4 de Octubre del 2010 - José Viñas García (Oviedo)

La falta de profesionalidad en nuestra sanidad pública se encuentra en una situación exigiblemente mejorable, está a la vista de todos, listas de espera injustificables para todo: consultas, pruebas, análisis, resultados, diagnósticos, tratamientos y operaciones que se alargan en el tiempo más allá de lo esperado para quien tiene la enfermedad, ¿en cuántos casos ese tiempo resulta vital para una solución deseable? Si recurrimos a las palabras de entrada del consejero, señor Quirós, se refuerza aún más mi argumento, cuando dijo aquello de que todos los empleados de nuestra sanidad tenían que llegar al trabajo «cagados, meados y con el periódico leído», este señor es médico, por lo tanto, cuando dijo lo que dijo denunciaba algo que rebasaba lo meramente asumible.

Colectivos médicos se crisparon con el Consejero, los silogismos empleados por éstos encajan a la perfección dentro de ese corporativismo que no admite crítica y denuncia, me facilitan seguir manteniéndome en mis evaluaciones a los licenciados en Medicina, se llegan a creer los dioses de nuestra supervivencia, por disponer de los ciudadanos en esos momentos tan críticos donde desaparecen de la persona las posibilidades de revelarse o denunciar.

Entregarse por entero a tan hermosa y digna profesión no tiene por qué representar nada más que un plus extra, a la hora de afrontar diariamente su tarea..., no esperen medallas, es su obligación, han elegido voluntariamente esa actividad, quien no esté dispuesto a tener por lema amabilidad, humanidad, respeto y dedicación a enfermos y familiares, tiene que buscar otro trabajo, de esos que quizás le harían bajarse de la burra, al ver que cada trabajo tiene sus cargas de responsabilidad y que afrontan situaciones tan peliagudas como las que ustedes atribuyen solamente a los sanitarios. Se enfadarán un poquito los que cumplen su cometido, pero no debieran hacerlo, porque seguirían protegiendo a todos aquellos que no merecen estar acompañándolos en tan noble actividad.

España tiene un sistema de sanidad pública que representa un gasto enorme y un esfuerzo de todos, con inversión estatal y autonómica, e impuestos a cada ciudadano para que todo funcione mucho mejor, sin observar como nuestra sanidad desciende, año a año, en atención y diligencia.

Los enfermos y familiares observan defectos de forma y de fondo, a los que nadie pone remedio, como el de que los buenos profesionales se vayan a la sanidad privada, después de haberse experimentado en nuestra sanidad, y que otros compaginen ambos trabajos, donde cualquiera puede apreciar que, o una de dos, se les exige poco en la sanidad pública o se contradicen claramente en el tema de exceso de enfermos por los inmigrantes, ya que entonces estarían dejando listas en espera para atender sus clientes de pago. Lo ideal es que tuvieran dedicación exclusiva, que fueran remunerados dignamente, para evitar sus tentaciones de acumular otras remuneraciones difíciles de obviar en estos tiempos de generalizado materialismo y ostentación. Pero de estar en ley, que no usen nuestros hospitales como un añadido de su consulta privada, donde con la colaboración desde dentro de nuestra sanidad cuelan a quienes les dan unos euros a cambio de gran amabilidad, atención, urgencia y diligencia, lo que guarda una diferencia sustancial con la de su consulta pública y gratuita. Díganme, ¿esto no deteriora nuestra sanidad al dejar que nuestros profesionales usen medios y personal público para promocionar la sanidad de pago?

La persona que acude a un hospital tiene que ser atendida y considerada de forma y manera que nadie se sienta culpable por estar enfermo, no sentir que molesta en exceso a los «profesionales» sanitarios, por precisarlos en esos momentos de tremenda debilidad física y mental. Quien acude a un hospital con el drama de la enfermedad no puede sentir que está irrumpiendo en un recinto ajeno, se dan situaciones incomprensibles porque muchos empleados sanitarios se llegan a creer los dueños de la estancia, marcando normas no escritas que sólo salen de su malhumor y poca educación; cuando en un hospital el ambiente tendría que estar invadido por la naturalidad, la sensibilidad y la profesionalidad.

Me recuerdan mucho los profesionales de nuestra sanidad a los controladores aéreos, en cuanto a suponerse únicos e irremplazables (todo aquel que se cree insustituible es innecesario, y todo lo innecesario es una pérdida de tiempo), no podemos seguir permitiendo que estos colectivos nos hagan perder el tiempo, suponiéndolos exclusivos para nuestra estabilidad, y que sigan sobornándonos con amenazas de huelga, sabedores ellos de que les concebimos desmedidamente necesarios para nuestra subsistencia. A los controladores les salió un ministro con un par de narices y un compañero que cansado de que se rieran y jugaran con los ciudadanos los desenmascaró: lo que era un trabajo excesivo resultó menos –sobre las muchas horas extraordinarias que hacían peligrar su salud, resultó que se peleaban por ellas–, también manejaban todos los tiempos relacionados con personal, sistemas y remuneraciones, haciendo coincidir todo con que sólo ellos podían hacer ese esfuerzo profesional.

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