Camelladas

22 de Septiembre del 2010 - Eugenio Suárez (Salinas)

Poca gente aprecia el fatigoso trabajo de escribir en los periódicos y contempla con indiferencia que seamos motejados como “canallescos” y otros epítetos más fuertes. La cuestión es que quienes nos dedicamos a esto verificamos su inanidad y el dicho extendido entre la profesión de que los únicos que leen los artículos firmados son los propios autores, que apenas echan un distraído vistazo a todo lo demás. Pero, en ocasiones, se produce la circunstancia de que alguien se siente aludido y es cuando acude a esa sección, tan interesante, en los diarios que son las "Cartas al director".

Ayer mismo, don José Alberto López López, de los López de Lugones, carga contra mí con la saña que le da la gana, está en su derecho. Responde a una colaboración, aparecida el jueves pasado, en la que, por lo visto, desafortunadamente, equiparaba a algunos liberados sindicales con los camellos narcotraficantes. Reconozco que no es justo, ni para los sindicalistas ni para los que distribuyen la droga al menudeo, y por ello pido perdón.

En un punto coincidimos el señor López y yo. Él no sabe quién soy yo y yo ignoro quién es él, hasta ahora: un delegado al que espera una insólita jornada el próximo 29. Como presentación, le diré que llevo escribiendo en la prensa desde hace más de 70 años, fundé y dirigí catorce semanarios, con distinta ventura, entre ellos uno muy popular, que fue “El Caso”, pero eso es cosa de mi vida pasada. Colaboro en esta hospitalaria casa pronto hará cinco años, los jueves y los domingos. Y, una de dos, o el señor López sólo compra el periódico una vez al quinquenio o lo que yo escribo –es lo más seguro– nunca le llamó la atención, hasta ver aludida su actividad sindicalista.

Acierta en que la empresa no comparta las “paridas” de sus colaboradores, pero encuentro muy "demodé" (pasado de moda) la nostalgia del filtro, la censura en las opiniones. No se preocupe, viví con ese condicionamiento la mayor parte de mi existencia profesional y no me pillaría por sorpresa.

No odio a nadie, señor López, se me ha pasado ese impulso que apenas he sentido. Creí que criticaba la exuberancia de liberados, al parecer innecesarios, que, a mi modesto y extraviado juicio, son un peso muerto, y los que sienten el gusanillo de hacer algo útil estarán quitándole el trabajo a otro colega necesitado. Si no está en ese caso, acepte mis excusas. No es usted un camello, ni permita Dios que acabe siéndolo, con las penalidades, frío y persecuciones que padecen esos infelices, último escalón de una cadena infame.

Usted a lo suyo. ¡Duro al piquete, compañero!

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