Kazajistán
Cuando manifestantes linchan a decenas de policías (dos decapitados), incendian edificios públicos, arrasan aeropuertos, saquean centros comerciales y tiendas y cometen todo tipo de acciones que solo se pueden calificar de terroristas, pierden toda razón, si razón tuvieran. Pues bien, eso es lo que ha pasado en Kazajistán y está pasando cuando escribo estas líneas, aunque seguramente cuando usted las lea las revueltas ya habrán terminado. Las noticias de los medios occidentales sobre lo que ha pasado en esa exrepública soviética me recuerdan mucho a las noticias que se dieron aquí cuando los acontecimientos de la plaza de Tiananmén. ¿Se acuerda usted de aquel manifestante chino que se puso delante de un tanque mientras los tripulantes del carro de combate hacían ingentes esfuerzos para no atropellarlo? Ese vídeo nos lo pusieron muchas veces, y también nos dijeron que allí había habido muchos muertos en la represión del Ejército, pero lo que no nos dijeron fue que primero aquellos encantadores manifestantes que pedían democracia habían linchado hasta la muerte a doscientos policías que habían acudido a la plaza completamente desarmados a dialogar con ellos. Aquí los medios también se resistieron a contarnos que en Kazajistán había policías muertos y decapitados hasta que, cachis en diez, empezaron a aparecer vídeos en las redes sociales de los salvajes linchamientos. Yo no voy a entrar a analizar aquí las razones políticas de los acontecimientos, porque me tendría que remontar decenas de años atrás, cuando todavía existía la URSS y tenía gravísimos problemas en sus repúblicas centroasiáticas, como nos describió en su novela "Laberinto" Larry Collins, un exagente de la CIA, tampoco puedo afirmar (de momento) que, como dice el presidente de aquel país, las revueltas estén instigadas y apoyadas por fuerzas y poderes exteriores, pero la organización de los manifestantes en grupos de guerrilla urbana, con objetivos muy bien escogidos para hacer daño y provocar el caos, la interceptación de algunas personas en coches sin matrícula con armas sofisticadas e incluso la detención de francotiradores con fusiles para tal fin hace sospechar que las revueltas no han sido algo espontáneo ni fruto del cabreo de la población contra el gobierno y contra la subida del gas licuado, eso puede haber sido solo el caldo de cultivo. Debemos recordar también lo que pasó en otras exrepúblicas soviéticas, aquello que se llamó "revoluciones de color" y quiénes estuvieron detrás. Y recordemos también a David Patraeus, el que fuera comandante en jefe de los EE UU y sus aliados en Oriente Medio y luego director de la CIA, el creador de la estrategia del caos (provocarlo y luego usarlo en el propio beneficio), una estrategia, dicho sea de paso, que el tiempo reveló desastrosa. Así que una cosa son las corazonadas y otra que, si tiene plumas, pico plano, patas palmeadas y hace cua, cua, seguramente es un pato. Sea como fuere, las circunstancias geoestratégicas y políticas han cambiado mucho desde aquellas revoluciones de color y desde que la OTAN, de tapadillo, y sin tapadillo, se expandía hacia el Este, después de haber comprometido con Rusia que no lo haría. Ahora Rusia tiene de presidente a Vladímir Putin, un tipo con el que no valen las tonterías, y al "primo de Zumosol" chino guardándole las espaldas. Así que pierda toda esperanza, el que la tuviere, de que EE UU y sus aliados de la OTAN van a rascar algo, sea en Ucrania, sea en Kazajistán, sea en cualquier país de la esfera de la "Alianza Continental", salvo que quieran poner al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial, claro.
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