Año nuevo primaveral
Las altas temperaturas, hasta 10 grados por encima de la media, registradas entre el 27 de diciembre y el 2 de enero han constituido el episodio cálido más intenso para esta época del año desde 1950 en España. Así lo indican los estudios geoestadísticos elaborados por Aemet.
Puede resultar muy agradable disfrutar de temperaturas primaverales en plenas Navidades, pero evidentemente esto tiene consecuencias, al igual que el resto de eventos extremos ocasionados por el calentamiento global: deshielo anticipado, alteración de los ciclos naturales de los ecosistemas y de los cultivos y, sobre todo, incendios forestales.
Durante los últimos días de 2021 se han registrado de forma casi simultánea más de un centenar de fuegos en Asturias, avivados por los fuertes vientos secos del Sur que han soplado en gran parte de la cordillera Cantábrica. No es nada nuevo, por desgracia, la situación se repite cada vez que se dan las condiciones meteorológicas que facilitan la propagación de las llamas, circunstancia que se da cada vez de forma más frecuente e intensa.
Tal como denuncia la Coordinadora Ecoloxista d'Asturies, la mayoría de estos incendios son provocados, según los resultados obtenidos por las Brigadas de Investigación de Causas de Incendios Forestales del Principado. La principal motivación para prender fuego al monte es la apertura de nuevas zonas de pasto o la regeneración de pastos agotados por su sobreexplotación.
Asturias es la única comunidad autónoma donde no se acotan al pastoreo las zonas arrasadas por incendios forestales. Esto puede explicar por qué la oleada de incendios no se ha extendido por todo el territorio cantábrico, sino únicamente en nuestra región, al existir un beneficio económico vinculado al fuego.
La gran demanda de carne de vacuno y de productos lácteos a nivel mundial fomenta la proliferación de una ganadería intensiva que agota en poco tiempo los terrenos dedicados al pasto. También requiere enormes extensiones de monocultivo dedicadas a la soja o el maíz para la fabricación de piensos. En realidad, la principal causa de deforestación a nivel mundial es la enorme presión que el mercado alimentario genera para mantener la actividad ganadera intensiva. Provocar incendios cuando se dan las condiciones meteorológicas adecuadas para su propagación es una forma rápida y eficaz de cambiar los usos del suelo, sustituyendo ecosistemas con un alto valor ecológico (pero no tanto valor económico) por zonas que, durante un tiempo, proveerán al ganado de pastos generosos o permitirán cultivos dedicados a la alimentación del ganado, pero que acabarán agotándose pronto por la sobreexplotación o el abuso en el uso de fertilizantes que permiten aumentar la producción en el corto plazo.
Pero hay que ser justos, existe también una ganadería extensiva que permite combinar el beneficio económico y social con el mantenimiento de los ecosistemas, y existen técnicas como el silvipastoreo que facilitan la convivencia entre los bosques autóctonos y la ganadería sostenible. En España hay muy buenos ejemplos de ganadería sostenible, como el pastoreo o el aprovechamiento ganadero en las dehesas.
Volvamos ahora al desafío del cambio climático. En cualquiera de los escenarios posibles para cumplir con los acuerdos de París respecto al calentamiento global, la conservación de los ecosistemas y la recuperación de hábitats ya degradados juega un papel fundamental, debido a la capacidad de los bosques y las selvas para absorber dióxido de carbono de la atmósfera y actuar como sumideros del exceso de emisiones que generamos.
Así que no tenemos elección, no se trata de elegir entre economía y medio ambiente cuando lo que está en juego es nuestro futuro como sociedad. Es urgente y primordial que los territorios que aún tienen normativas laxas en cuanto al uso de los terrenos quemados se comprometan con la prevención de las causas que originan los incendios provocados. Pero también es necesario apoyar al sector primario, a los ganaderos, para que puedan aplicar técnicas sostenibles de cría y explotación de su ganado, y para que reciban una compensación justa por sus productos, sin que los intermediarios y las grandes superficies les impongan unos precios tan bajos que sólo les permitan sobrevivir mediante la sobreexplotación de sus instalaciones.
Los consumidores también tenemos mucho que decir. Sin duda, disminuir el consumo de carne y lácteos contribuye a bajar la huella de carbono de nuestra actividad como individuos, con un impacto similar al de reducir el uso del vehículo privado o instalar paneles solares en nuestro tejado o el de nuestra comunidad de vecinos. Tomar conciencia del impacto de nuestra cesta de la compra nos puede ayudar a elegir productos más sostenibles e identificar carnes y lácteos procedentes de una actividad ganadera más respetuosa con el entorno. En este sentido, los mercados tradicionales y tiendas de barrio son normalmente un aliado más fiable que los supermercados y las grandes superficies.
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