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Carta abierta al señor Esteban Greciet

24 de Septiembre del 2010 - José Ángel Fernández Villa (Langreo)

Señor Greciet:

La paciencia, la prudencia y el silencio suelen ser buenos consejeros ante comentarios y opiniones que ni tan siquiera mantienen un mínimo rigor ético o profesional y, menos aún, respetan a la persona y a lo que representa, y sólo tienen por objeto actuar con mala fe e inquina, como los que, en ocasiones, expresa usted en su columna, y más recientemente en la titulada «Parados, liberados y huelguistas», publicada el 23 de septiembre de 2010. He venido soportando en silencio descalificaciones y mentiras, pero hay momentos en los que, llegados a una edad y después de la experiencia acumulada, uno se pregunta por qué seguir callando.

Durante muchísimos años de responsabilidades en el movimiento obrero y en mi vida profesional y laboral, usted jamás ha intercambiado o contrastado conmigo las declaraciones que viene vertiendo sobre mí desde hace tiempo, que es lo mínimo que debería hacerse desde un punto de vista ético en un Estado de derecho como en el que vivimos. No creo que la calumnia y la difamación sean una buena práctica para contribuir a construir una sociedad sana y en convivencia.

Hago esta reflexión sobre su actitud desde mi máximo respeto profesional y personal, pero también con el orgullo y la honra que supone representar a una organización sindical cuya trayectoria histórica es una parte importante de la propia historia de España y de Asturias, ya que, le guste o no, sin los hombres y mujeres de este sindicato, que dieron lo mejor de sus vidas por el devenir de nuestro país, de nuestra región y de nuestras comarcas mineras, quizá hoy nos encontrásemos con una situación bien diferente de la que tenemos, alejada del camino de libertad y democracia que hemos recorrido y que parece que usted tolera, pero no comparte, porque interpreta de una manera «sui generis» lo que es convivir en libertad y democracia.

Por muy importante que se considere, la trayectoria del SOMA-FIA-UGT, y la mía personalmente, no las juzga ni las valora usted, aunque tenga plena libertad para hacerlo. Es la mayoría de los ciudadanos y de los trabajadores, con su voto democrático y libre, quien otorga la legitimidad de representación sindical y política, como las que yo he venido desarrollando en defensa de unas ideas y de unos principios, y a las que he dedicado tantos años de mi vida; y son la sociedad en su conjunto, las personas con las que diariamente tratamos y nos relacionamos, las que pueden pronunciarse a tal efecto con mayor propiedad.

Soy consciente de la oportunidad que le doy para que pueda seguir escribiendo lo que quiera y como quiera, pero tenga usted la certeza de que en mí su opinión no tiene ningún efecto, ni como representante sindical ni como ser humano, si es que ésa es su intencionalidad. Si así lo estima, lo podrá seguir haciendo cada día con plena libertad, pero para mí éste ya es un capítulo cerrado.

En cualquier caso, si quiere mantener un rigor en sus opiniones, yo le autorizo personalmente a que pueda acceder a mi vida laboral, donde podrá comprobar toda mi trayectoria profesional y las actividades que he desarrollado en cumplimiento de distintas tareas que, por circunstancias, he venido desempeñado, y a las que despectivamente critica con términos como el de «liberado de oro».

No olvide algo, señor Greciet: todos podemos hablar de todos –usted con la ventaja de escribir todos los días–, pero el resto también podemos y, además, lo hacemos directamente con los ciudadanos y los trabajadores; en mi caso, siempre respetando los principios que me caracterizan como ser humano, fruto de la educación que he recibido de una familia humilde, de mis padres, que sabían cuál debía ser el comportamiento de sus hijos ante las más diversas circunstancias de la vida.

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