El comienzo de una guerra tibia
La cumbre de Malta de 1989 se considera la fecha oficial que dio término a la denominada Guerra Fría entre Oriente y Occidente, una fecha histórica que puso fin a las hostilidades entre los Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, lo que ha significado un largo periodo de paz y de concordia, al margen de algunas batallas libradas en los despachos sin mayor repercusión.
Ha sido una larga etapa de aparente tranquilidad, pero no exenta de amagos imperialistas por ambos bandos, la mayoría de los cuales se han abortado por la vía diplomática, lo que no parece ser el caso del conflicto actual que se está generando en torno a la posible invasión de Ucrania.
El despliegue del inmenso poderío militar de Rusia y la respuesta de la Alianza Atlántica ante lo que esta considera una amenaza real, en una evidente demostración de que las cosas van en serio, no hacen sino constatar que nos encontramos en la antesala de una confrontación real, que se está tratando de frenar por la vía diplomática.
Es un nuevo tipo de guerra, que se podría denominar “una guerra tibia”, porque probablemente no se resuelva a cañonazos, pero puede alterar el “orden” internacional.
Una “guerra tibia” por la tibieza con la que se está afrontado una situación que puede llegar a ser límite y que solo un posible entendimiento entre Putin y Biden, como el que en su día tuvieron Bush y Gorbachov, podría evitar que se convierta en una guerra de verdad, en una guerra caliente, de imprevisibles consecuencias.
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