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Formación humanística: una necesidad radical

8 de Febrero del 2022 - Carmen González Casal

La raíz no se ve, pero sustenta el tallo y hace posible la flor y el fruto. Alimenta, sostiene, aviva lo que, enclenque, va creciendo para luego convertirse en árbol frondoso, que da sombra, cobijo, regalo. Cuanto más fuerte y más oculta, cuanto más metida en la tierra de la que se nutre está la raíz, más duradera y rica la savia que transmite.

La familia es parte importante de la raíz. Los valores en los que se apoya, sus convicciones, todo lo que en ella acontece, son nutrientes que van engordando lo que aún es semilla y no se ve, y crece pequeño y débil para, con el tiempo y los cuidados, hacerse robusto y vigoroso. La familia es pieza clave de la sociedad.

También la historia y la cultura forman parte de nuestras raíces. Esos acontecimientos y hechos del pasado, que constituyen el desarrollo de la humanidad desde sus orígenes, son decisivos para interpretar en clave de verdad nuestro presente.

Asimismo, la cultura -es decir, con Ortega y Gasset, todo aquello producido por la razón en su búsqueda de la verdad, el bien y la belleza que se vertebra en modo de vida y costumbres- mira a los fundamentos de la persona y hace que el mundo interior de quien la atesora sea rico y habitable.

Sumario: Las raíces familiares, históricas y culturales como fundamento y sustento de la sociedad actual

Destacado: El presente y el futuro dependen de la honestidad con que interpretamos el pasado, trascendiendo lo ideológico, los reduccionismos selectivos al son de intereses políticos.

El presente y el futuro dependen en gran parte de esas raíces, de la honestidad con que interpretamos el pasado, trascendiendo lo ideológico, los reduccionismos selectivos de quien, al detentar el poder, hace de la historia un relato artificial, contado al son de sus intereses políticos.

Con esta mirada atrás no pretendo animar a vivir del pasado, que no conduce a nada, sino resaltar que la verdad sobre los hechos históricos es sustento y fundamento, y si se ignora o se tergiversa, concluyendo en un relato que nada tiene que ver con lo que realmente pasó, presente y futuro se tambalean, como sucede en nuestra sociedad líquida, pragmática y utilitarista carente de valores sólidos y seguros.

Pasado que nos habla del Reino de Asturias, la primera entidad política cristiana de la península Ibérica tras el fin del reino visigodo de Toledo, que mira a España como “primera globalización”, en un documental que te recomiendo y que ofrece nuevas lecturas sobre el periodo histórico iniciado en el reinado de los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, el imperio con Carlos V y Felipe II, y nuestro Siglo de Oro plagado de figuras tan grandiosas, en todos los órdenes de las artes y las letras, como Garcilaso, fray Luis de León, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Quevedo y su eterno rival, Góngora, Gracián, Mateo Alemán, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Juan de Herrera, el Greco, Ribera, Zurbarán, Murillo o el genio de Velázquez. Sus obras nos hablan de heroísmo y vileza, de amor y muerte, de codicia y amistad, de honradez y corrupción, de dolor y alegría. Detrás de cada uno hay esfuerzo, trabajo, sortear dificultades y un largo etcétera de valores necesarios para afrontar la vida.

Una herramienta que nos ayuda a conocernos, a interpretar el mundo -y de la que tristemente carecen nuestros jóvenes- es la educación humanística, la buena lectura, que nos conecta con las fuentes de nuestra cultura. Y ese conocimiento nos hace abiertos de mente, comprensivos con los demás y favorece aptitudes necesarias en la empresa, en la política, en la familia, como la mejora en la escucha, la empatía o la valoración del contexto en la gestión.

El gran Quevedo escribe un soneto desde la torre donde estaba encarcelado. En él subraya la necesidad radical de las humanidades en la formación integral de la persona. Con sus versos termino esta reflexión. Saque cada quien sus conclusiones:

“Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. / Si no siempre entendidos, siempre abiertos / o enmiendan, o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos/ al sueño de la vida hablan despiertos”.

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