La desbandá (Málaga/Almería)
Son muchas las atrocidades que las tropas fascistas de Franco y sus aliados alemanes e italianos cometieron sobre la población indefensa a lo largo y ancho de España. La que más repercusión internacional tuvo fue el bombardeo de Gernika, pero poco conocimiento y difusión ha tenido uno de los episodios más atroces y salvajes ocurridos en la carretera de Málaga a Almería.
Entre 5.000 y 15.000 andaluces (hasta la fecha no se ha podido determinar el número exacto porque yacen en las cunetas de la carretera del infierno) de los más de 150.000 que huían despavoridos, en su mayoría mujeres y niños, fueron masacrados por tierra, mar y aire en su huida hacia Almería tras la toma de Málaga por las tropas franquistas. Una trampa criminal por lo que se la conocería como “la carretera de la muerte”. Iniciaron la escapada hacia Almería el día 6 de febrero con la intención de llegar a esa ciudad (250 kilómetros) regueros de familias con hatillos y mulas cargadas con sus escasos enseres y camionetas con heridos. La brutalidad superó a Gernika diez veces. La actual autopista A7 recorre paralelamente la carretera de la muerte, como no queriendo tocarla.
La Junta de Andalucía acometió en 2009 la exhumación de la mayor fosa común de la Guerra Civil conocida en la comunidad: 2.840 víctimas de todo tipo y condición, de cualquier edad, clase e ideología, una ciudad entera.
El pasado día 8 de febrero se cumplieron 85 años de la barbarie. Los malagueños no lo olvidan, por ello cada año la Federación Andaluza de Montañismo organiza una marcha que recorre los 250 kilómetros que separan las dos ciudades.
Gracias al médico canadiense Norman Bethune (Ontario, 1890-Yanan, 1939) quedó documentada la barbarie de aquella “desbandá”. En la larga marcha de mujeres, niños, ancianos por la carretera de la costa, los buques Almirante Cervera, Canarias y Baleares les cañonearon desde el mar. Los cazas Fiat CR-32 de la Aviazione Legionaria y los Heinkel He-51 de la Legión Cóndor ametrallaban desde el cielo, y a la carrera les seguían para rematarlos las columnas italianas y los mercenarios africanos. Un auténtico genocidio.
Observando aquel sangriento espectáculo se encontraba el doctor Bethune, subido a su furgoneta Ford para hacer transfusiones de sangre a los soldados heridos en el frente. Bethune narró la tragedia y su ayudante Hazen Sise lo captó en imágenes. Sus fotografías fueron el núcleo de la exposición “La huella solidaria”, que, en el Centro Conde Duque de Madrid (gracias al empeño y trabajo de la escritora Almudena Grandes), se expuso en el año 2017, después de viajar por varias ciudades desde que en 2010 se exhibiera en el McCord Museum de Montreal.
Profético Bethune, escribió entonces: “La democracia se debate entre la vida o la muerte... Si no los detenemos en España, ahora que podemos hacerlo, convertirán el mundo en un matadero”. Luego vendría la Segunda Guerra Mundial.
“Podemos continuar en el autoengaño de que hicimos una Transición modélica, ejemplar y perfecta o podemos asumir de una vez por todas que la Transición fue un conjunto de pactos de intereses condicionados por los miedos. Por el miedo de los propios franquistas a perder poder o a ser incluso juzgados por sus crímenes y por el miedo de los demócratas a que muchos de esos militares que ahora lanzan proclamas constitucionalistas actuaran como tantos uniformados han actuado a lo largo de nuestra historia: a tiro limpio, empujados siempre por civiles ocupados en engordar sus patrimonios. No me canso de escribirlo: nuestro problema no es lo que se hizo en la Transición, sino lo que no hemos sido capaces de hacer desde entonces. “Sigue pendiente una educación democrática y antifascista dentro y fuera de los cuarteles” (Jesús Marañas, “infolibre”), pero nada de esto será posible si el PP, como fuerza política de gobierno, no termina de exorcizar sus fantasmas heredados del franquismo.
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