Beber de "La tacita"
Uno de mis mejores recuerdos infantiles viene asociado a esos atardeceres otoñales de brisa suave y aire cálido. Aún puedo ver a la niña que era abriendo los brazos de par en par lanzándose calle abajo para dejarse llevar suavemente por esa brisa que la empujaba. Y también, cuesta arriba, como abría la boca para ver cuánto aire podía recoger y guardar en su interior.
Pues así me siento también cuando leo "La tacita". Absorbiendo todos los sentimientos que te van derritiendo a medida que lees, ese sano sentido del humor, socarrón a veces, que te alegra el día, ese diálogo sentido que te incluye en la conversación. Por momentos tratando de asimilar tanta información condensada en pocas palabras y por momentos queriendo más.
"La tacita" es todo eso y mucho más. Hay dos constantes que también la hacen única. Esos recordatorios iniciales fantásticos son un continuo aprendizaje. Buscarlos, encontrarlos y seleccionarlos con acierto y gusto dice mucho de quien lo hace, no sólo de su autor. ¿Y sabe qué? Cada vez que alguien se va a su estrella consigue hacerme partícipe de ese sentimiento para sumarme cálidamente a una oración.
Mil gracias, señor Richard Félix. Porque día que bebemos de "su tacita" se nos calienta y regocija el corazón.
Cuídese. Lo extrañamos.
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