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El entierro de Pablo Casado

23 de Febrero del 2022 - José María Rodríguez Valledor (Oviedo)

Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que “en España enterramos muy bien”. En efecto, es muy frecuente observar cómo los mayores malandrines reciben elogiosos comentarios y palabras amables cuando se les echa tierra en su despedida de entre los vivos o cuando mueren políticamente, como es el caso que nos ocupa.

En las últimas horas, todas las “necrológicas” que se escriben o se oyen en torno a la muerte política de Pablo Casado suelen llevar la coletilla final de que es un hombre honesto o que es una buena persona.

Pues bien, permítanme discrepar de ambas afirmaciones haciendo un poco de historia. La perdición de Pablo Casado y su proyecto político personal empieza a fracturarse cuando permite a su número dos, Teodoro García Egea, campar libremente por España, descabezando estructuras orgánicas del partido y forzando que sean dirigidas por acólitos afines. Esta actividad, como es público y notorio, fue realizada de una forma brutal, sin miramientos y utilizando de una manera desmesurada todo el poder orgánico con el que la “honesta y buena persona Pablo Casado” le invistió. ¿Acaso no leía periódicos u oía a compañeros de partido y analistas políticos el Sr. Casado, críticos unos y abrumados los otros, sobre las fechorías de su “aprendiz de general-secretario”?

Más adelante, comienza el “affaire Ayuso”. La presidenta de la Comunidad de Madrid se forja un prestigio personal no solo por la manera en la que aborda el manejo de la pandemia del covid-19 y sus nefastas consecuencias, sino también por su forma espontánea y sin complejos con la que defiende su gestión y se enfrenta a sus rivales políticos. Este crecimiento como política y como referencia dentro del PP no es visto por Pablo Casado y su lugarteniente Egea como un activo para el partido, sino como una amenaza a sus proyectos personales y sus ambiciones. Luego, llega la fallida moción de censura que los poco recomendables compañeros de viaje, Ciudadanos (Cs), tratan de lograr junto con el PSOE en Murcia. En ese momento y en vista de la insoportable labor de zapa con la que Ciudadanos (Cs) trataba de socavar su presidencia, Ayuso aprovecha para disolver la cámara madrileña y convocar elecciones, en las que, literalmente, arrasa, borrando a Ciudadanos (Cs) de la Comunidad de Madrid, poniendo coto a los avances de Vox y alcanzando un incremento de escaños que rozaban la mayoría absoluta.

Recordemos que la victoria de Ayuso venía precedida por el estrepitoso fracaso del Partido Popular en las recientes elecciones autonómicas catalanas, en las que, sorprendentemente, fue adelantado por Vox, sumiendo al partido en la incertidumbre y la desolación. Pues bien, a raíz de la incontestable victoria de Ayuso, el viento de cola impulsa al Partido Popular en las encuestas, posicionándolo por delante del PSOE y vislumbrando la más que clara posibilidad de alcanzar el poder en las próximas elecciones generales. Y ¿qué sentimientos embargaban a Pablo Casado y a su lugarteniente Egea? Pues, francamente, ninguno bueno. Su mente no estaba en el grandísimo impulso que Ayuso, con su decisión y su rotunda victoria, le había dado al partido, sino en el incremento de prestigio y popularidad que aquella estaba logrando, lo cual veían como una amenaza a sus aspiraciones; es decir, a sus ambiciones personales.

Llegados a este punto, comenzamos a asistir a un espectáculo bochornoso, en el que a Ayuso se le trata de negar lo que a cualquier otro presidente de comunidad no se le discute, su derecho a resultar electa como presidenta del partido en su comunidad, y, como saben que en una convocatoria del congreso autonómico, presentasen ellos a quien presentasen, Ayuso arrasaría, tratan de retrasarlo en el tiempo todo lo posible mientras, al más viejo y pútrido estilo, tratan de revolver en el fango por si encuentran algo con lo que chantajear y/o asesinar políticamente al mayor activo del Partido Popular en estos momentos. No me voy a extender en cómo acabó toda esa “búsqueda de basura”, encargada al más patético de sus acólitos, una acémila criada en el partido, sin otro oficio que el de correveidile, ni a describir los estertores políticos de la pareja Casado-Egea. Eso se lo voy a ahorrar a ustedes.

Pues bien, como consecuencia de todo lo anteriormente expuesto, me niego a enterrar políticamente bien a Pablo Casado. Me niego a decir que es un hombre honesto y una buena persona. Porque un hombre honesto, una buena persona, no se deja llevar por la envidia, no se deja llevar por la ambición desmedida, no utiliza el chantaje para torcer la voluntad de las personas, no permite que su lugarteniente abuse de los inferiores. Una buena persona, una persona honesta, no hace nada de eso y, por todo ello, no merece un entierro político digno. ¡Que se vaya en medio de la vergüenza y la humillación! Es lo único que merece.

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