La última metopa
En el hotel hay una pared llena de metopas militares, las primeras que coloqué eran de mi padre y de mi hermano, ambos artilleros. Posteriormente fueron trayendo más algunos amigos y clientes hasta completar toda la superficie hasta el techo. La última la trajo hace un mes mi amigo el capitán de navío José Ramón Rodríguez, que ya había traído anteriormente unas cuantas, tantas como destinos tuvo en su carrera. Pocos días después moriría, pudo con él esa maldita y tenaz enfermedad que arrastraba desde hace tiempo.
José Ramón venía a Nueva siempre que podía, a su casa de Ovio, y siempre se acercaba al hotel, donde solía sentarse largo tiempo en la terraza. Lo recuerdo disfrutando de aquellas noches de verano con su barba de marino, elegante, sonriente, fumando y con un vaso de whisky, y esa conversación inteligente con ironía de Oviedo. Lo bueno de la noche es que iguala a las personas, las jerarquías se amortiguan, los títulos académicos tienen menos valor y a veces la realidad y la ficción se mezclan bajo la luz tenue de las farolas. También solían sentarse en la terraza otros hombres de mar como Gregorio Conde y Maximino Cueto, entonces la conversación se animaba y las suaves olas iniciales podían terminar en fuerte marejada. Con José Ramón hablábamos de todo, de la corrección de los políticos o de la incorrección de las mujeres, pero él siempre terminaba hablando de la mar. Contaba alguna de las travesías que hizo, como cuando estuvo en el bergantín «Juan Sebastián Elcano», pero no le gustaba hablar de sí mismo, contaba sobre todo hazañas de marinos españoles de otra época, hablaba con admiración de Pedro Menéndez, «el Adelantado de La Florida», y de Tomás Bobes, otro marino de Oviedo. Decía de estos marinos asturianos que la historia de España hubiera cambiado si hubieran muerto unos años más tarde. En plena noche, entre copa y copa, y en el fragor de las batallas que contaba podía aparecer por la terraza, andando renqueante, un espectro parecido al guipuzcoano Blas de Lezo, el mayor héroe español de la historia, que siendo tuerto, manco y cojo venció y humilló a la todopoderosa flota inglesa en Cartagena de Indias. José Ramón, que su último destino fue en Vizcaya, decía que la historia de la Armada española está llena de héroes vascos, hoy deliberadamente olvidados. Pero el destino del héroe español fue y sigue siendo el olvido, cuando no la humillación y la ruina.
José Ramón fue un gran marino de guerra, estuvo en el buque de investigación oceanográfica «Hespérides», que fue el primer buque de la Armada española que rebasó el Círculo Polar Antártico. Fue capitán de varias fragatas y estuvo varios años en el servicio de inteligencia de la OTAN en Lisboa. Tenía una gran preparación militar y hablaba correctamente varios idiomas, y todavía le quedaba una brillante carrera por delante. Patriota en silencio, comandante generoso, pensaba más en dar que en recibir y más en servir que en ser servido. Ahora ya puedo juntar a Pedro Menéndez, a Tomás Bobes, a Blas de Lezo y a José Ramón Rodríguez... Con recuerdo emocionado acabo de colocar en la pared la metopa de su último destino, de bronce, dedicada con el texto impreso: «del comandante naval de Bilbao».
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