Polvos y lodos

28 de Febrero del 2022 - Ana María Fernández Menéndez

El panorama político en nuestro país es decepcionante. Los últimos acontecimientos sucedidos en el Partido Popular, como antes lo fueron en el Partido Socialista, han dado un espectáculo vergonzoso y han puesto al descubierto la calidad personal y moral de nuestros políticos y las miserables luchas por el poder y el control dentro de los propios partidos. Los partidos políticos, que son uno de los principales pilares del sistema democrático ya que de ellos salen las personas que van a formar los parlamentos, que a su vez aprobarán o rechazarán las leyes correspondientes para el gobierno del país, se han convertido en una especie de oficinas de empleo y de intereses personales. Se ha perdido la nobleza, la grandeza, el respeto, la generosidad, la competencia avalada y contrastada por trayectorias profesionales brillantes y eficaces y la auténtica vocación política para el servicio público, y hoy la mediocridad, la incompetencia, la avaricia, la ignorancia y la frivolidad suelen ser frecuentes en las clases políticas que nos gobiernan. Pero son estos políticos los que a día de hoy hacen las leyes que luego nos afectan a todos.

Si las leyes son injustas e ineficaces para resolver la complejidad actual, todo el sistema será injusto e ineficaz, no solo el poder legislativo, sino también el ejecutivo, el Gobierno, que es el encargado de poner en funcionamiento esas leyes, y del judicial, es decir, de la Administración de justicia, que juzga también según estas leyes. Las leyes son fundamentales en el Estado. El mismo Hitler dijo en su momento: "El camino hacia el poder nos la marca la ley", y así sucedió. No hay que olvidar que el nazismo accedió al poder democráticamente desde un sistema democrático y que, una vez obtenido, se convirtió por las leyes que promulgó en una de las tiranías más crueles, sanguinarias e inhumanas que se recuerdan, y esto en pleno siglo XX. Las leyes tienen que ser honestas, razonables y razonadas para el bien común, justas e imparciales, verdaderas y realistas, y nunca tendenciosas, ni absurdas, ni abusivas, y se tienen que expresar de manera clara, comprensible y precisa, sin dobles lenguajes, sin márgenes para la discrecionalidad, es decir, tienen que garantizar la seguridad jurídica.

Por otra parte, el contexto en el que nos movemos, es decir, el ambiente político, social y cultural, no solo es decepcionante sino también desconcertante y hasta inquietante, y recuerda a una escena de "Macbeth" en la que unas brujas en torno a una caldera hirviendo dicen: "Gira y gira compañera en su entraña venenosa y echa cosa y cosa... para ensalmos sin piedad, para daño sempiterno, como caldo del infierno rebullid, borbotear", y así esta Occidente: en plena ebullición. Pero en esta especie de potaje infernal en la que se ha convertido nuestra cultura no hay sapos, ni ojos de lagartija ni viboreznos dientes como en el conjuro de las brujas de Macbeth, pero sí, al menos en todo el ámbito occidental, se mezclan y sincretizan lo peor de varias ideologías, del comunismo, del socialismo, del liberalismo, de los fascismos, sobre todo del nazismo, del feminismo, del psicologismo freudiano, del pansexualismo, del ateísmo y la irreligiosidad junto a crisis profundas de identidad, mentiras, manipulaciones, envidias, traiciones, odios y venganzas, chantajes y todo ello también en un ambiente cada día más violento, más agresivo, más inquietante y también más represivo.

Sobre la calidad personal y moral de nuestros políticos y las luchas de poder en los partidos

Hay que dejar de utilizar el pasado, el terrorismo, la Guerra Civil, la Edad Media y hasta la Prehistoria como armas políticas; se necesita una buena y competente clase política que solucione los problemas reales del presente valorando las consecuencias para el futuro

Otro punto de fricción en nuestro país es la actual Constitución, del año 1978, norma suprema y fundamental de la ordenación jurídica del país y la convivencia ciudadana. Esta Constitución fue elaborada en la Transición por "consenso" en unos momentos de gran tensión política, se pasaba de la dictadura a la democracia, y también con una gran carga emocional. El consenso es prácticamente la fase de síntesis entre dos posiciones contrarias, lo que implica que para llegar a un acuerdo tiene que haber cesiones y concesiones por ambas partes, pero como ocurre en la química, en una aleación el mejor metal es el que pierde y en esta "adecuación" a las nuevas estructuras políticas y sociales se perdieron valores y esencias de algunas de nuestras tradiciones que debían haberse conservado. Ya en aquel momento se le acusó a esta Constitución de ambigüedad y de imprecisión. La ambigüedad y la imprecisión permiten en muchos casos la contradicción, es decir, hacer lo contrario de lo que se dice, como así ha sucedido. Aquellos polvos han traído muchos de estos lodos que ahora padecemos.

Por poner algunos ejemplos: la Constitución dice en su artículo 15 sobre derechos fundamentales que "todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura, ni a otras penas o tratos inhumanos y degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes militares en épocas de guerra". A pesar de ello, poco tiempo después se despenalizó el aborto en tres supuestos y años más tarde se le consideró un derecho de la mujer. Sería bueno que se conocieran y difundieran los métodos crueles e inhumanos que se suelen utilizar en el aborto, pena de muerte para el feto, en su proceso de destrucción.

También en el artículo 18 se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen y, sin embargo, se permiten programas que se nutren de todo lo contrario, aunque haya luego compensaciones económicas. También en nombre de la libertad de expresión se toleran insultos, difamaciones, acusaciones, descalificaciones y auténticas campañas de acoso y derribo personales que no respetan ni siquiera la presunción de inocencia.

También esta Constitución, considerada por muchos como ejemplar, afirma la indisoluble unidad de la nación española, patria común de todos los españoles, y sin embargo se toleran partidos con programas independentistas. Relacionado con este punto, otro gran problema que hubo que afrontar en ese periodo fue el del terrorismo. En el artículo 8.1 de la Constitución se dice que las Fuerzas Armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, respetar su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. ETA, que reclamaba la independencia de una parte importante del Estado español, declaró por esta razón la guerra al Estado y la respuesta que recibió por parte de los dirigentes de entonces fue que la democracia acabaría con ellos. Lo cierto es que mientras tanto morían casi diariamente civiles, militares, políticos, hombres, mujeres y niños en cobardes atentados. Se cobraban impuestos revolucionarios, se amenazaba de muerte a muchos ciudadanos y se secuestraba en zulos especialmente preparados para ello, y esto durante muchos años. Afortunadamente hoy ya no hay, por ahora, terrorismo en España. ETA decidió hace unos años dejar la llamada "lucha armada" y ahora no mata sino que manda legalmente no solo en el País Vasco, sino que también condiciona al actual Gobierno. Desgraciadamente no se les puede devolver la vida a los muertos ni los miembros amputados a los heridos ni evitar el dolor, el miedo y la angustia provocados, eso tendría que haberse evitado en su momento, pero no se pudo, no se supo o no se quisieron tomar las medidas eficaces correspondientes para acabar con el terrorismo como ocurrió en otros países.

Hoy la situación es otra y hay que dejar de utilizar el pasado, el terrorismo, la Guerra Civil, la Edad Media y hasta la Prehistoria como armas políticas. Lo que hoy se necesita es una buena y competente clase política que haga frente y solucione los problemas reales del presente con eficacia e inteligencia y valorando las consecuencias que para el futuro tendrán las decisiones políticas que ahora se tomen.

Se necesita no un cambio, sino un gran cambio, y sobre todo se necesitan personas honestas, preparadas, competentes y responsables que hagan que los ciudadanos y sus intereses y sus derechos sean bien representados y defendidos con seriedad, con discreción, sin espectáculo y sin tanto circo mediático. La prensa tiene un papel importante para informar y transmitir lo que ocurre y también para colaborar con los medios de que dispone para que los ciudadanos puedan ejercer su libertad de expresión, pero no manda, no puede mandar, no tiene legitimidad para ello. Los periodistas no han sido elegidos para esta función. Los ciudadanos esperan de ellos no manipulaciones ni propagandas, sino una información clara, desinteresada y veraz. Sin verdad no habrá ni justicia ni paz, ni auténtica libertad y todos estos valores se encuentran hoy en grave peligro. Se dice que quien siembra vientos cosecha tempestades, y ya va siendo hora de salir de ellas, nuestros hijos y nuestros jóvenes lo necesitan y se lo merecen.

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